Dos mujeres que luchan por sobreponerse a los reveses de sus vidas, tanto profesionales como personales. Un violador que escapó a su castigo. Una venganza cruel que estremece las fibras más sensibles.
Y Zaragoza de fondo. Con su verano asfixiante, con sus rincones perfectamente dibujados de la mano de María Frisa. Un libro cuidado en todos sus detalles. Donde todo va encajando capítulo a capítulo en una narración ágil y que engancha alcanzando un climax fantástico. Con pequeñas incursiones al pasado que enriquecen la trama, aportando detalles que hacen que el lector se sienta más y más involucrado en las vidas de nuestras policías.
Un canto a la integridad profesional, a la superación de las barreras y las dificultades. No busquen ningún rasgo de series policíacas donde el ADN encontrado en un rincón oculto lleva a resolver el crimen. Aquí encontraremos humanidad, sensaciones, intuiciones, la búsqueda de la verdad aunque ésta implique más dolor. Porque la vida no siempre es justicia. También es perseguir a quien la justicia la toma de su mano.
La dualidad en la narración, centrándose en Berta y Lara alternativamente, es un recurso narrativo que nos hace alternar emociones variopintas de página en página. Podemos pasar de la euforia por un pequeño triunfo de una de ellas a la melancolía más absoluta en la madrugada sofocante mirando la luces de nuestra ciudad mientras acompañamos silenciosamente a la otra.
Una trama dura, muy dura, que retrata la realidad de los malos tratos, la impotencia de aquellas personas que tratan de ayudar y la crueldad de las vidas de aquellas mujeres que no consiguen escapar de sus miserables verdugos. Me niego a darles otro nombre. Ni maridos, ni compañeros, ni parejas.
Una novela negra pero donde las personas brillan con luz propia.