He pasado los últimos 15 días en compañía de la familia Karamazov. Han sido, claro está, unos días muy intensos. En ocasiones, tengo que admitirlo, me agotaba acompañarles y me costaba entender la pasión con la que recubren cualquier incidente, por más pequeño que este sea. Sin embargo, o quizá precisamente debido a ello, ahora que me despido y los devuelvo a la estantería, siento una especie de nostalgia. Creo que les he acabado cogiendo cariño.
La personalidad de los distintos componentes de esta familia es muy diversa. El padre es mezquino, egoísta, irresponsable; tenemos un hermano pasional y noble, otro racional y en cierto modo cobarde y un tercero entregado y mártir. Pero todos ellos presentan un componente común: el exceso. Son excesivos odiando cuando odian y amando cuando aman; excesivos en sus vicios y en su capacidad de sacrificio; en su relación con los demás, con Dios o consigo mismo.
La forma de escribir de Dostoievski está a la altura de sus personajes, desde luego. Creo que no había leído una novela con más adjetivos y adverbios que esta. Entre otros motivos porque el narrador apenas habla y son los personajes los que sustentan la práctica totalidad de la acción. Casi como si de una obra de teatro se tratara, en ocasiones la voz del narrador se ve como poco más que un conjunto de acotaciones para contextualizar los diálogos.
Tanto es así que en un momento dado llegué a la conclusión de que esta novela tenía que haberse adaptado, necesariamente, para el cine, la televisión o el teatro. Y así ha sido. Una búsqueda rápida en la Red nos aportó varias adaptaciones. Entre ellas, una serie japonesa. No sé qué opinar al respecto. Si la veis, pasad por aquí a contarnos.