Publicado en Libros, Novela

Otra vida en la maleta (Gregorio Casamayor y A. G. Porta)

Un par de días me ha durado esta novela y, sin embargo, puedo decir que ha sido una de las más difíciles de leer de los últimos tiempos. No resulta pesada, ni aburrida, pero la sensación de andar en un terreno de arenas movedizas no se me ha ido en toda la lectura. Avanzaba y volvía hacia atrás constantemente con la sensación de que algo no iba bien, de que no estaba bien anclada la narracion. Al terminar, me debato entre hacer una relectura o rendirme a la evidencia de que no era para mí.

Eso no significa que no me haya gustado nada. Hay aspectos muy interesantes en este libro. Te hace reflexionar sobre la maternidad y la amistad, muestra de una manera sublime el peligro que representa el juego y, como tema principal, las consecuencias de edificar las relaciones humanas en mentiras; como veis, el problema no son las teclas que toca, sino cómo está escrito.

Sé que algunos lectores prefieren que los textos sugieran más que cuenten. Yo, por el contrario, prefiero los relatos directos, sinceros, coherentes y con los puntos cardinales claros (quién dice qué, en qué momento y en qué lugar).

Estas certezas no existen en la novela que hoy comentamos. Probablemente para conseguir que reflexionemos sobre el poder devastador de la mentira, el objetivo es crear la sensación constante de inseguridad, de no poder creer del todo la versión de los hechos que te cuentan. Y no es solo porque los distintos personajes dan versiones diferentes de lo que está ocurriendo, sino porque no hay nada que te proporcione certeza. Por poner un ejemplo, un escrito de unas pocas páginas de uno de los personajes comienza diciendo que visitó a la protagonista hasta que murió y termina pidiendo que la cuiden, como si hablara antes de que muriera. Uno no sabe en qué momento ha escrito, pues, esas líneas.

Quiero entender que este tipo de desajustes están buscados y pretenden conseguir esta sensación de desasosiego, pero no me acaba de convencer la propuesta. Quizá le de una relectura, o tal vez no.

Publicado en Ensayo, Libros

El mono que llevamos dentro (Frans de Waal)

Este pequeño ensayo que no llega a 300 páginas fue el primer libro que me leí en 2021 y os aseguro que fue una forma magnífica de comenzar el año. Llevaba yo bastante tiempo dándole vueltas a la naturaleza de las decisiones éticas que tomamos los humanos. ¿En qué se basa la decisión de si algo es ético o no? ¿Somos realmente los únicos seres éticos de la naturaleza? ¿Hay alguna base objetiva en la ética o deberíamos aceptar el relativismo cultural que aceptan no pocos de nuestros coetáneos?

De todo esto y de mucho más habla De Waal en sus obras. Lo bueno de este libro en concreto es que lo hace de un modo divulgativo, accesible para el gran público.

Gran parte de las dudas que yo tenía partían de la falacia de que los grandes primates carecían de espíritu cooperativo. Una piensa en los fieros chimpancés y llega a la conclusión de que nuestros instintos más violentos y egoístas nos relacionan con nuestros ancestros. Desde esa perspectiva, la decisión de cuidar a los otros y poner su bienestar por encima del propio podría parecer una característica específica de los humanos, relacionada por lo tanto con el neocortex, la parte más moderna de nuestro cerebro. El instinto animal frente a la empatía humana. Muchos son los clichés relacionados con esto (llamar animal a los humanos más violentos o decir que alguien es muy humano cuando es especialmente sensible al sufrimiento de los demás). No obstante, algo no me acababa de cuadrar…

Y tenía razón en no aceptar esta visión antropocéntrica. Por un lado, porque un vistazo a otros primates (los bonobos) nos muestra un modelo de empatía animal; por otro, porque las técnicas de neuroimagen muestran que nuestras decisiones morales activan núcleos antiguos de nuestro cerebro (y no el neocortex).

Un ensayo maravilloso, lleno de anécdotas, bien escrito y bien traducido y que nos descubre no solo cómo son los primates no humanos con los que estamos emparentados sino, en el fondo, cómo somos nosotros mismos. Para todos aquellos que enarbolan la bandera del <<sálvese quien pueda>> y defienden la imagen de una naturaleza cruel y egoísta, este libro proporciona pruebas de que las decisiones éticas son naturales, instintivas y básicas para la supervivencia de la especie.

Publicado en Libros, Novela

Tarás Bulba (Nicolai Gógol)

Me permito pedir disculpas por anticipado porque quiero hablar sobre esta novela de mi adolescencia. Además, fue buscada a propósito porque siendo niño me regalaron un libro que contenía en formato gráfico varias novelas clásicas y ésta era una de ellas.
Fue, de largo, la que más impresión me causó. De ahí mi empeño por leer la novela original.

Las disculpas vienen al caso porque en mi memoria ha permanecido con el filtro de mi juventud. Un cristal que dejó que en mi memoria solo resonaran las cargas poderosas de los cosacos, su sentido del honor y la defensa de una cultura que les había permitido dominar la estepa.

Pero hay en la novela de Gógol un pueblo rudo, casi suicida en sus decisiones. Una beligerancia casi gratuita impregnan los diálogos de sus protagonistas y los reproches racistas hacia los judíos y polacos serían inadmisibles para un lector formado de hoy en día. No hay que olvidar el año de su publicación, 1835, en el que la exaltación de la épica estaba por encima de todo. Como colofón, un machismo que impide desarrollar a las dos mujeres de la historia con el protagonismo que merecían.

Pero, sin perder de la perspectiva estos defectos, hay en esta obra una mezcla deliciosa de épica, narración poderosa, romanticismo y belleza. Un libro que se lee de manera muy rápida. El estilo de Gógol, alejado de las florituras de su siglo, conforma una obra magnífica, que mezcla diálogos potentes con pasajes delicados y dulces.

Los personajes son la esencia de la novela, complejos en su sencillez, consecuentes con sus ideales y que llevan a sus espaldas la tragedia de un pueblo nómada en medio de dos continentes en continua lucha.

Totalmente recomendada, para disfrutar de un escritor eclipsado por los grandes rusos.

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Dime quién soy (Julia Navarro)

Teniendo todavía en la retina las últimas líneas de «Dime quien soy», siento una mezcla de sensaciones muy definidas. Por una parte , la maravillosa sensación de haberme mezclado en la historia.

Por momentos me he sentido testigo privilegiado de las aventuras y desventuras de una formidable mujer. Los saltos en el tiempo que hay en la novela me servían para devolverme a la realidad. Un presente que servía para respirar.

Por el contrario, una vez acabado el libro, hago un pequeño repaso sobre la historia y no puedo sacar de mi mente el paralelismo con una película . La sucesión de acontecimientos, muertes, peligros, etc…que Amelia debe afrontar es inacabable. El ritmo al que se suceden todas estas cosas me recuerda a un guión cinematográfico, donde se debe condensar una vida en dos horas.

Pero sin duda me quedo con la primera sensación. Es fantástico cómo Julia Navarro consigue que la novela se quede dentro de nosotros. Cómo poco a poco vamos sintiendo la vida de Amelia como si fuera la nuestra. Reímos con su felicidad, sufrimos con sus desgracias y siempre esperamos al pasar la página ese final feliz que ella, más que nadie, se merece.

Un maravilloso viaje a través de una época oscura y sangrienta. Un recorrido histórico detallado, con unos protagonistas que se quieren hasta el final o se odian desde el principio. Pero no es una historia de buenos y malos. Es una novela de seres humanos que intentan flotar en un mar agitado y con tormenta.

Una sonrisa. Ese es mi recuerdo al cerrar el libro. Gracias por dibujármela.

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Dientes de leche (Ignacio Martínez de Pisón)

Lo que más me gusta del verano es que el tiempo va más despacio, todo parece ralentizado. Hay cosas que hacer, correos que contestar, pero menos y, sobre todo, con menos urgencia; el calor inunda todo y nadie espera de ti la eficacia del resto de estaciones. Eso es fabuloso, porque permite dedicar más horas a la lectura y terminar un libro como este en cuatro o cinco días. La felicidad.

Dientes de leche cuenta la historia de una familia a lo largo de más de medio siglo. En todo ese tiempo suceden muchas cosas, claro, pero este libro, más que contar aventuras describe personajes. Son ellos, los Cameroni, los protagonistas de esta novela. Os los presentó:

En primer lugar tenemos a la generación de los abuelos: Raffaele, un italiano pobre de solemnidad que se viene a España a luchar en la guerra por un motivo bien prosaico (poder enviar dinero a su familia), pero por el camino se hace fascista. La conversión del abuelo es fruto de una disonancia cognitiva (tiene que explicarse a sí mismo qué hace tan lejos de casa, matando desconocidos y arriesgando su vida), por lo que resulta definitiva y absoluta. Raffaele será el fascista más abnegado y convencido, pasen los años que pasen y ocurra lo que ocurra a su alrededor. A su lado, Isabelita, que con el tiempo se convertirá en Isabel. Una española a la que la guerra le arrebató la infancia y la esperanza y que tratará de calmar el dolor y las pérdidas al lado del hombre equivocado. Y de fondo la tía Milagros, que apoya, acompaña y sostiene sin apenas darse a conocer.

En segundo lugar tenemos la generación de los hijos (Rafael, Alberto y Paquito), que se debaten entre una infancia y un padre fascista y una madurez de apertura democrática. Junto a ellos, Elisa, la nuera, la única que no tiene sangre Cameroni, pero la verdadera columna vertebral de la familia. Una generación que busca la felicidad como puede. Algunos en las pequeñas cosas, en las relaciones más íntimas; otros en la reparación y en la justicia.

Y por último, Juan, el nieto. Su adolescencia discurre ya en plena transición y el vínculo con el abuelo fascista es al mismo tiempo imposible y necesario.

Una novela muy bien escrita, que retrata de forma excelente lo que ha ocurrido en nuestro país desde la guerra civil a nuestros días, pero que destaca por el modo en el que presenta a sus personajes. Profundidad, sensibilidad, verdad. Impresiona, por ejemplo, el modo respetuoso y tierno a la vez en el que trata la discapacidad intelectual. Leyendo estas páginas, uno acaba entendiendo y queriendo a todos los personajes. No porque sean excepcionalmente buenos, que casi nunca lo son, sino porque son totalmente comprensibles y cuando entiendes a alguien no puedes evitar encariñarte con él.

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La caja negra (Amos Oz)

Hoy os voy a hablar de una pequeña frustración personal. No sé si os ha pasado alguna vez algo similar. Durante mucho tiempo oí hablar de este autor y estaba deseando leer algún libro suyo. Cuanto más leía sobre él, más segura estaba de que me iba a gustar muchísimo.

En 2018 me decidí. Esta novela cubría uno de los puntos de un reto de lectura que estaba haciendo. Además, era una novela epistolar, con lo que me gustan a mí las historias que se cuentan a través de las cartas de los personajes principales. Todo parecía indicar que iba a disfrutar enormemente de la lectura y que este libro y este autor iban a pasar a la lista de favoritos (¡y con honores!).

Pero nada de eso ocurrió. Los libros y los autores son como el resto de cosas de la vida. Basta que tengas grandes expectativas con algo para que te decepcione y, sin embargo, lo mejor te lo encuentras donde menos lo esperabas. Al menos, eso me pasa siempre a mí.

El libro recrea las relaciones personales entre los miembros de una familia en Israel: una pareja divorciada (de las que lo que te sorprende no es el divorcio, sino la relación en sí), el hijo en común y el nuevo marido de ella. El clima que se crea entre los personajes es algo asfixiante. Demasiados rencores, demasiado miedo, demasiado odio. Y como trasfondo una cultura en la que la religión lo envuelve todo.

No me arrepiento de haberlo leído, ya que nunca había leído nada de Israel y este libro constituye, desde luego, una experiencia diferente. Pero me alegré infinito cuando terminó y pude despedirme de estos siniestros personajes incapaces de reconciliarse con su pasado y crear un presente y un futuro sano.

Amos Oz no resultó ser lo que había imaginado. Una vez más, se puede decir que simplemente no hubo química. De todos modos, no me di por vencida y después lo volví a intentar con otras novelas. Pero esa es otra historia que os contaré otro día.

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Tartarin de Tarascon(Alphonse Daudet)

Para hoy, un pequeño libro. Pequeño por su extensión pero muy muy grande por su humor y crítica ácida. Escrito en plena época colonial, Daudet disecciona a la pequeña burguesía francesa, engolada en su mundo, ajena al resto de sus convecinos e inmersa en una fantasía continua sobre sus méritos para estar por encima de los demás.

Nuestro protagonista, Tartarin, es ese burgués sin oficio ni benéficio que revive a través de sus fantasías una vida que sólo existe en su mente. Unos sueños que terminan por jugarle la mala pasada de tener que hacerlas realidad para mantener el estatus que tiene entre los demás habitantes de su pequeña ciudad.

Una novela repleta de situaciones absurdas que buscan ridiculizar las ideas preconcebidas por la sociedad contemporánea al autor.  La situación de los grandes imperios coloniales, Francia era uno de ellos, queda al descubierto en la persona y las aventuras que sufre Tartarin. Sonroja leer la supuesta superioridad que estos países creían que tenían sobre sus posesiones de ultramar. Incluso esas fantasías de las que presume él , que a fuerza de soñarlas y contarlas se convierten en la realidad, condicionan la forma de afrontar la relación con los habitantes de las colonias.

Leer esta pequeña novela es un regalo para los sentidos. Aparte de su sentido humorístico, la indudable calidad de su prosa hace de esta obra una delicia para todos los sentidos. Escrito de forma muy ágil, sin grandes diálogos ni descripciones, su lectura es sencilla y muy divertida.

Una propuesta para una tarde de verano. Con una sonrisa y una pequeña reflexión. Un libro que me acompañó en mi juventud y al que guardo mucho cariño.


Por cierto, atentos al camello. Ahí lo dejo. Una delicia.

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Cujo ( Stephen King)

Esta es la historia de cómo convertir a un adorable perro, bonachón y cariñoso, en un ser agresivo y terrorífico. No parece un argumento muy original, a priori. Pero en las manos de Stephen King, nadie ni nada es inocuo e inofensivo. La imaginación de nuestro autor de hoy es inagotable. Sorprende cómo sus personajes pueden convertirse en nuestra peor pesadilla. Una tensión que no nos da respiro.

En «Cujo» experimentamos miedo a lo que se intuye, a aquello que nuestra imaginación nos propone como complemento a la lectura. Es un miedo a lo que no vemos y es imposible escapar de él.

La historia se desarrolla en un pequeño pueblo, donde dos familias serán las protagonistas de la acción. Por un lado, la familia Camber, dueña de Cujo. Por otro lado, la familia Trenton, que se han mudado recientemente. Dos familias imperfectas que irán tejiendo su historia al mismo tiempo que asistimos a la transformación de Cujo.

King es un maestro en crear ambientes claustrofobicos, llenos de miedos, odios y personajes oscuros. El uso de las descripciones, dejando muchas veces la acción o los diálogos de lado, nos crea una sensación de ansiedad que, sin duda, acelera nuestro miedo. Pero cuando todo se precipita, no hay respiro hasta el final. La sucesión en los acontecimientos hace que tome sentido esas partes del libro que nos han podido «aburrir». Porque sin esa parte sería imposible conseguir el climax posterior.

Una forma de escribir que hace sea imposible dejar de leer. Un maestro del suspense que nos hace disfrutar de aquello que más tememos.

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Mendel el de los libros (Stefan Zweig)

En este cuento confluyen unos ingredientes que lo convierten en lectura imprescindible. En primer lugar, el autor es el gran Stefan Zweig, del que ya hemos hablado por aquí en entradas anteriores. Como sabéis, se trata de un mago del lenguaje que mira a su alrededor con el alma sensible y la inquietud de la inteligencia.

En segundo lugar, el protagonista es un personaje delicioso. Un librero con una memoria increíble que vive literalmente por y para los libros. Capaz de encontrar y conseguir cualquier ejemplar, por raro que sea, su mundo se termina donde acaba el libro físico. De ahí que, abstraido en su mundo, ni siquiera se entere de que a su alrededor ha comenzado la primera guerra mundial.

En tercer lugar, el narrador, que cuenta la historia en retrospectiva, desde la sabiduría que da el tiempo. Una voz en off que nos permite entender los matices, que nos habla de la inocencia y de la culpa; del amor por los libros y del horror de la guerra que acabó con todo.

Y de decorado, la maravillosa Viena de principios del XX, con su amor por el arte y su respeto por la cultura. Una Viena que se verá irremediablemente transformada cuando sienta los colmillos de la guerra y la desolación que esta trajo.

No es más que un breve cuento, que podéis encontrar suelto en esta bella edición o recogido en colecciones, pero, como siempre ocurre con Zweig, es una historia muy bien contada que pasa a formar parte de ti.

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American psycho (Bret Easton Ellis)

La premisa era fantástica. Escribir una novela sobre una persona que sufre psicosis, hacerlo en primera persona para rodearla de credibilidad y no ahorrarse ningún detalle por escabroso o crudo que fuera. A priori eran buenos mimbres. Su autor, el escritor más destacado de la generación X, se encargó de hacer una campaña de publicidad donde ponía de relieve el esfuerzo y el dolor que le generó plasmar la vida del asesino.

¿Qué falla para que al final la novela sea una sucesión de listados de ropa, colonias, cantantes, formas cruentas de matar, etc…, sin que el lector vea a donde lleva esa lectura?

No hay ritmo es su narración. La pretensión de Ellis es reflejar el caos en la mente del protagonista. Pero fracasa al romper la narración, al desarrollar páginas y páginas que más parecen el catálogo de moda de un centro comercial. Es cierto que no podemos exigir lógica si estamos leyendo sobre la locura. Pero no es menos cierto que podemos encontrar otras obras que sí consiguen adentrarnos en la mente de quien la padece. E incluso que podamos sentir empatia. Pero esto nunca llega a suceder con Patrick Bateman, nuestro asesino. Solo queremos que deje de pensar y miramos con pasividad los largos e interminables parrafos dedicados a detallar listas y más listas.

La brutalidad y lo detallado de lo asesinatos que perpetra el protagonista de hoy no aporta nada más allá de la constante reiteración en su brutalidad e imaginación aplicada a matar de la forma más cruel posible.

La utilización de un lenguaje procaz, que busca provocar la incomodidad del lector es posiblemente uno de los pocos logros del autor. Porque esa es sinceramente la sensación que prevalece hasta la última página. La mezcla de los aromas de los perfumes con la sangre que fluye descontrolada, los gritos de las víctimas ocultos bajo los monólogos sin sentido de Bateman, un ambiente de lujo que enmascara el horror. Todo confluye para que terminar el libro sea un pequeño triunfo de nuestra cordura.

Un éxito de ventas que nunca llegué a entender.