
Este fin de semana he leído esta novela de Ignacio Martínez de Pisón. Es la tercera que leo de este autor y no podría decir cuál de las tres me han gustado más. Se ha convertido en otro de esos valores seguros, en uno de mis autores favoritos.
La novedad de esta obra frente a las otras que he leído es su brevedad. Si en vez de novelas fueran perfumes, María bonita sería una esencia. En unas pocas gotas tiene todos los ingredientes maravillosos que encuentro siempre que leo a este autor. Quizá por eso es especialmente fácil de leer. El que no conozca al autor, que comience por aquí.
¿Y cuáles son esos ingredientes? El principal yo creo que es la verosimilitud. Las historias que cuenta este autor podrían haber ocurrido tal y como las describe y, en cierta forma, esa es la impresión que me queda al leerlas: que me cuenta algo que es verdad. Otros ingredientes son una prosa fresca y fluida, unos personajes vivos, una historia interesante (bien contextualizada en nuestra historia reciente, pero cuyo foco no suele ser el contexto sino la vida de sus personajes, sus emociones, sus relaciones) y un conjunto de temas universales que te ayudan a entenderte.
María Bonita habla de la necesidad de pertenencia (y de su contrapunto, la soledad) y nos presenta dos formas de encarar una vida de miseria: la primera es vivir como un agente activo, que se arriesga, que se equivoca, que traspasa en ocasiones límites que no debería traspasar, pero que es capaz de disfrutar de momentos de plenitud y de contagiar la felicidad a los que tiene cerca. La segunda forma es vivir como un ente pasivo que se dedica a recibir los golpes y a acumular rencor e infelicidad por ello, que no lucha por mejorar las cosas porque está demasiado ocupado en lamerse las heridas y en buscar culpables en su entorno próximo. Para los que asumen la primera de las vías los peligros son enormes, pero siempre queda una rendija por la que entra la esperanza, la risa, la felicidad. Por el contrario, los que siguen la segunda están muertos en vida. No hay salida para ellos y, lo que es peor, no entienden que la haya para los demás.
Esta novela contrapone estos dos modos de entender el mundo y la miseria en un momento histórico, la transición española, en el que ha terminando el contrato social que ha imperado hasta entonces, en el que los ricos se ocupaban de algún modo de sus pobres (la miseria ordenada, si me permitís la expresion) y está comenzando un mundo nuevo en el que todavía no están claras las normas que lo rigen.
Y en este cruce de caminos entre el viejo orden y el nuevo, entre los que sufren su destino y los que buscan alternativas, está María, la niña que narra esta historia, la que nos presta los ojos para mirar los que ocurre alrededor. Un personaje maravilloso al que ya le he hecho un hueco en mi mundo. María se queda.