
Esta tarde calurosa de verano he decidido que nos vayamos nada más y nada menos que al siglo XIII. Tengo que confesar que hay una vocación filológica que no llegué a desarrollar (la vida es elegir, que es como decir que consiste en renunciar a miles de vidas que no fueron). Y cada vez que tengo la ocasión de acercarme a algún texto, me asalta sin piedad mi vocación pérdida, para recordarme lo mucho que me gusta el análisis de los textos y en especial los medievales.
Leí este pequeño libro por primera vez a principios de la década de los 90. Por aquel entonces a los estudiantes de Filología nos presentaban Los milagros de Nuestra Señora como una obra devota y a Gonzalo de Berceo como un religioso que por encima de todo le interesaba extender la veneración de los fieles por la Virgen. Un asunto cien por cien religioso. Así que a mí, que por aquel entonces ya no era una persona creyente, me pareció que era un texto que tenía poco que decirme. A pesar de todo, la lectura del libro de Berceo fue bastante sencilla. No en vano son un conjunto de situaciones en las que la gente se mete en diversos problemas y la Virgen les ayuda, en ocasiones in extremis. Me pareció fácil de leer, me emocioné analizando grafías y morfemas, pero desde el punto de vista de la historia no le di demasiada trascendencia. A fin de cuentas, lo que una esperaba de un monje del XIII es que sintiera veneración por la Virgen María.
No tardé mucho en enamorarme perdidamente de la lengua primero y del lenguaje después y dejé atrás los estudios literarios. Pero como la vida es caprichosa, hete aquí que hace unos 10 años me tocó dar clase a los estudiantes de la UNED de la asignatura de Textos Medievales y me volví a reencontrar con Berceo. Habían pasado casi 20 años y durante un verano (por fortuna menos caluroso que este) me dediqué a preparar la asignatura leyendo lo que la crítica decía sobre nuestro monje y su texto. Y lo que encontré me sorprendió.
Porque en estos años en los que yo me había desentendido de la literatura medieval, la crítica había dado un giro a la interpretación de la obra de Berceo. Resulta que se habían encontrado documentos que atestiguarían un mal momento económico en la vida de nuestro monje poeta y a partir de ahí se considera la posibilidad de que los textos no solo los usara a mayor gloria de la Virgen, sino también como recurso publicitario para dar a conocer el monasterio.
Esto, tengo que reconocerlo, no lo vi venir. El devoto escritor de los milagros, que yo recordaba como algo aburrido y falto de interés (las elegías que tanto alaban los críticos a mí no me llegaban), aparecía 20 años después como un pobre mortal con problemas económicos que hizo lo que pudo por mejorar las cuentas del monasterio. Y aquel verano de hace unos 10 años leí de nuevo el texto despacio, interesada en lo que pudo sentir al lanzarse a esta aventura medio religiosa medio de marketing que esperaba que le solucionara no solo la vida eterna sino también esta otra.
Os ánimo a que os atrevais con este libro de versos alejandrinos, sencillo de leer y quizá con una historia de supervivencia a sus espaldas. Y ya puestos os recomiendo esta edición de Cátedra que te permite no solo disfrutar de la versión original con todas las notas necesarias para ello, sino incluso de la obra latina que sirvió a nuestro autor de inspiración. Que lo disfrutéis.