
Esta no es una reseña cualquiera; es un homenaje a todas las tardes que pasaba en la biblioteca releyendo una y otra vez cada tomo de la colección. Tardes después del colegio, llegando a la carrera y con la bibliotecaria, ¡bendita paciencia!, poniéndonos en fila para llegar hasta las estanterías de los cómics. Y allí, ordenados pulcramente en la cuarta estantería, segunda balda, estaban Asterix y Obelix acompañados por toda su aldea, que resistían una y otra vez al empuje de unos locos romanos.
Volumenes que estaban ajados, manoseado por las decenas de niños que nos disputabamos conseguir nuestros preferidos. Porque cada uno de nosotros tenía uno por encima de los demás . El mío era «Astérix legionario». No me cansaba nunca de sus giros argumentales y los chistes, tanto gráficos como de texto.
Tengo el pequeño orgullo de poseer la colección completa y la voy completando número a número estos últimos años con las novedades que la editorial va sacando . Nuevas aventuras que quizá no hagan justicia a aquellos números originales de René
Goscinny y Albert Uderzo. Pero cuando termino cada uno de estos últimos lanzamientos mi primer pensamiento siempre es el mismo : eran unos genios y, por lo tanto, sería injusto comparar a los nuevos creadores de sus aventuras con ellos. Nadie se puede comparar.
Aprendí a disfrutar de la lectura con ellos, aprendí unos valores que me han acompañado desde entonces, aprendí a amar la historia con sus aventuras. Y todo lo que aprendí me formó y moldeó.
Y lo hice con una sonrisa. Gracias a ellos.