
Cada dia estoy más convencido de que hay libros que necesitan una madurez para poder saborearlos en su plenitud. Son obras que por norma general esconden en sus páginas mucho más de lo que parece. Hoy os traemos uno de esos libros. Lo leí cuando no había cumplido la veintena. Era uno de los libros favoritos de mi padre y recuerdo como reía con las desventuras de ese pobre soldado, perdido en medio de un pueblo habitado por los más extravagantes vecinos que uno pueda imaginar.
El resultado fue decepcionante. Sus páginas me resultaron tediosas y carentes de gracia. Terminé aburrido por sus continuas situaciones absurdas y llevadas al extremo de la caricatura. Mi error, lo entendí años y libros más tarde, fue buscar en esta novela capital de la literatura moderna rusa, algo parecido al camarote de los hermanos Marx. Solo que yo no reía con sus diálogos o era incapaz de componer mentalmente el puzzle que Voinóvich iba creando pacientemente.
Pero quién se acerque a esta obra descubrirá una crítica inteligentísima del sistema comunista que imperaba por entonces. Un libro que le costó tener que huir de la Unión Soviética y refugiarse en Alemania. Cuando volvió, tras caer el régimen soviético, siguió denunciando la irracionalidad de un modelo político que había devastado a varias generaciones y que dejó a su país sumido en una crisis moral y económica.
Por tanto, detrás de un soldado más parecido a Chaplin que a los modelos implantados por la propaganda soviética, se esconde la voz de un pueblo hastiado en su desgracia y que buscó mil y una manera de denunciar su situación. Y el humor le sirvió a nuestro autor de hoy para que el mundo conociera la realidad. La risa fue la excusa.
Lástima que mi bisoñez no me dejara entonces disfrutar de su gran novela.