
Hoy creo que me voy a meter en un pequeño lío. Espero que sea menor. Pero con el libro de hoy me ocurre algo muy particular: me gusta, ¿lo recomiendo?, posiblemente no estaría dentro de mis primeras elecciones.
Cuando leí «Reina roja», aparte de por ser un regalo muy especial, lo cogí con mucha fuerza al conocer el impacto que tuvo y el éxito de ventas. Me interesaba mucho leer una obra que había despertado tantos elogios y que estaba en boca de tantas personas. Pero la fuerza se fue diluyendo hacia la mitad del libro hasta casi desear que su final llegara antes de lo que marcaban sus páginas. Hago un inciso para mencionar que había leído anteriormente Loba negra y me quedó mejor sabor de boca.
Y ha sido a raíz de esta reseña cuando he averiguado el porqué de mi opinión. Aparte de una trama que se va perdiendo entre otras que surgen a lo largo de sus capítulos y nos deja una sensación de que queda casi todo por atar y lo que está finalizado lo hace de forma apresurada, había un picor que no dejaba de atormentarme e impedía que me dejara sumergir en las aventuras de Antonia y Jon. ¡Antonia y Jon!, ellos eran los culpables.
Quien conozca la obra principal de Lincoln Child y Douglas Preston empezarán a adivinar por donde voy. No puedo dejar de pensar que nuestros protagonistas de hoy son una copia de Pendergast y D’agosta, los personajes principales de las novelas escritas por el duo. Por una parte tenemos el intelecto, la genialidad y la elegante extravagancia de Pendergast y por el otro a su compañero, D’agosta, que representa el sentido común, el trabajo de campo imprescindible en una investigación. ¿Les suena?
Es inevitable, por lo menos lo es para mí, establecer el paralelismo entre los cuatro. En todo momento, la comparación está presente en su forma de actuar, de llevar la investigación y cómo viven la relación entre ellos. Y lo siento, pero tengo mis favoritos. Quizá porque sean anteriores y me convertí en fan de sus libros, quizá porque su desarrollo psicológico me parezca más profundo o puede ser porque me atrae mucho más la genialidad única de Pendergast que la tristeza crónica de Scott.
Por eso «Reina roja» no estaría entre mis primeras recomendaciones a quienes quieran leer una buena novela policíaca. Pido disculpas.