
Estos días de recuperación me están sirviendo para poder leer sin interrupciones y, lo que es mejor, sin sentimiento de culpa. Ayer, entre otras cosas que ya os iré contando, leí esta breve novela del gran Zweig. Como ya os he dicho muchas veces, este autor nunca defrauda y sus pequeñas obras de ficción se leen en un suspiro y te acompañan después toda la vida.
El tema fundamental de este relato largo es la pasión y su poder transformador. Personas acostumbradas a vivir dentro del mayor convencionalismo social pueden dejarlo todo, perder riquezas, honor, familia por perseguir un instante más de esa pasión recién descubierta.
Y ante esto dos preguntas. La primera: ¿se les puede condenar por ello? ¿Somos acaso libres en el momento en el que descubrimos que se puede vivir apasionadamente? ¿Podríamos obrar de otro modo cualquiera de nosotros? Zweig no parece dispuesto a tirar la primera piedra.
Y la segunda: ¿merece la pena, tiene algún sentido vivir sin pasión? Las personas que carecen de esta parecen llevar vidas ordenadas, socialmente adecuadas, dignas de una buena consideración. Pero ¿acaso es eso vida? ¿Se puede vivir siempre así?
Los que tenemos la suerte de conciliar nuestras pasiones y obsesiones con una vida medianamente ordenada tenemos una suerte inmensa. Quizá por ello, cuando vemos que alguien pierde los papeles por una pasión, no nos sentimos capaces de juzgarle. Solo podemos desearle suerte y que encuentre una pasión que no lo destruya.