
En estos tiempos de crisis, recomendar un libro sobre la pobreza y el sufrimiento quizá no sea la mejor de las ideas. Pero conocer el pasado nos ayuda a superar y mejorar el presente. Y si lo hacemos a través de la mirada inocente de un niño, el impacto emocional queda amortiguado.
La narración en primera persona nos asegura la intimidad con un Frank McCourt niño, y de su mano lo acompañamos a través de su infancia y juventud. Un estilo sencillo, que no esconde ni maquilla nada de la dureza de su entorno. Sus reflexiones sobre la miseria al regresar a Irlanda, escapando de la pobreza en EEUU, aportan un punto de irrealidad a la narración al tener que, en muchas ocasiones, parar para digerir el alcance real de lo descrito. Todo ello hace que establezcamos unos lazos de amor con Ángela, la madre que lucha contra toda la sociedad y las cartas que le han tocado. En el extremo opuesto, el padre, individuo en permanente estado de ira, derrota y embriaguez. Y en medio, una esperanza en forma de niño que descubre en la literatura una forma de escapar de la pobreza para él y su familia. Unos libros que le darán las fuerzas para encontrar un camino que tenía muy difícil por las circunstancias que le rodeaban.
Premio Pulitzer, entre otros galardones, consagró a McCourt como un narrador sólido y lo convirtió en un superventas, aunque ni por esas se libró de las críticas por su prosa ni de las acusaciones de falsear los hechos narrados.
La presente obra conoció dos secuelas que nunca tuvieron el eco de ésta, quien sabe si fue engullido por el alcance del éxito o por la lluvia de críticas que le acompañaron.
Una mirada a la miseria para recordar que no todo tiempo pasado fue mejor.