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Ten (Pearl Jam)

Hacia unas semanas que no os hablábamos de música. Y para remediarlo hoy os traemos a uno de esos grupos que ya son difíciles de encontrar en el panorama internacional. Difíciles porqué en más de treinta años han mantenido su estilo. Difíciles porque han sabido mantenerse en la cima sin acudir a polémicas o protagonismos trasnochados. Difíciles porque surgieron de un tsunami musical como fue el grunge y no fueron barridos por su declive.
Este fue el primer álbum de la formación. Con historia curiosa detrás del título del disco y del grupo: había en los años 90 un jugador de la NBA al que admiraban, Mookie Blaylock. De hecho el grupo adoptó el apellido de este jugador pero después, por un acuerdo comercial al que llegaron Nike y Blaylock, el cuarteto de Seatle pensó que era mejor adoptar el apodo del mismo: Pearl Jam. Y «Ten», el título del trabajo, debe su nombre al dorsal que portaba durante los partidos.
Un trabajo que fue compuesto de una manera muy original, pues la música de las canciones ya estaban hechas y grabadas en maquetas. Una grabación que habían realizado tres de sus componentes, sin Eddie Veder que todavía no estaba con ellos. Fue a raíz de esa maqueta como Veder conoció la formación y puso letra y voz a unas canciones que se convertirían en éxitos.
Ese fue el comienzo, esas letras marcaron la diferencia de Pearl Jam sobre otros grupos. La sombra  alargada de la voz y el tono de Veder ha hecho palidecer a los demás miembros del grupo y los críticos consideran que sin él, nada hubiera sido igual.
Volviendo al trabajo de debut, siempre me ha llamado la atención una cosa: todo el mundo lo ha calificado como grunge, cuando la mayoría de sus temas se encuadran dentro de los acordes propios del rock. Es cierto que sus letras y el tono general del disco es triste, oscuro. Pero el uso de las guitarras, los ritmos que van subiendo y la fuerza de la voz son puro rock. Incluso a  los propios Pearl Jam nunca les ha gustado que los consideren dentro del movimiento grunge.
Quién escuche este trabajo descubrirá el porqué de su fama. Temas como Jeremy, Black o Release suenan incluso a los que no son fan del grupo. El mérito de este trabajo es mayor si pensamos que el año de su lanzamiento tuvo que competir con Nirvana y su Nevermind.
Es un trabajo que no tiene canciones de relleno. Todos los temas que lo componen tienen una calidad altisima, aunque es cierto que estar al lado de temas míticos como los anteriores hizo que pasarán más desapercibidas.
Lo recomiendo para quienes se quieran acercar a las raíces de un grupo imprescindible, sin embargo, en Ten no encontramos su mejor sonido. Álbumes posteriores tienen mejor producción, más limpieza en la guitarras, etc… pero el mito comenzó aquí y la imperfección jamás ha sonado tan bien.
Una delicia para saborear una y otra vez.

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Mil siluetas (La Unión)

Esta semana hemos despertado con la triste noticia del fallecimiento de Mario Martínez, guitarrista y uno de los fundadores del mítico grupo La Unión.

Una formación que dió sus primeros pasos durante la movida madrileña pero que asentó su popularidad años mas tarde, con la publicación de distintos álbumes que, si bien no lograron el beneplácito de la crítica, siempre contaron con la aprobación de un público entregado a ellos.

El disco de hoy supuso su debut, y no pudo ser mejor carta de presentación. Con un estilo pop desenfadado y con referencias literarias en muchas de las letras de sus temas, aterrizaron en la escena musical del momento como un fenómeno fan del que nunca consiguieron separarse totalmente. A pesar del éxito y los años que estuvieron publicando álbumes, siempre les acompañó un aura poco halagadora de grupo facilón. Sin duda a esa imagen contribuyó su cantante y cara más reconocible, Rafa Sánchez. Una presencia en el escenario que eclipsó de forma absoluta a sus compañeros y dificultó que los críticos considerarán la música del grupo como suficientemente interesante.

Por supuesto su música e impacto, hoy en día, tienen su reconocimiento, pero siempre lucharon por desmostrar, disco tras disco, que eran lo suficientemente buenos para merecer un puesto de honor dentro de la música de nuestro país.

Con este primer álbum alcanzaron la gloria en su primer single. Es difícil encontrar un tema tan bueno en un primer disco. Lobo hombre en París es una de las canciones míticas de nuestro tiempo. Casi treinta años después de su lanzamiento sigue sonando fresca y llena de ritmo, y no extraña que sea considerada una de las más importantes de nuestra música. Después llegó Sildavia, insparada en los cómics de Tintín; otro de los himnos de nuestra generación y que aventuraban un disco pleno de calidad y, sobre todo, frescura.

El resto del disco pasó más desapercibido, pero no fue achacable a canciones de peor factura. Simplemente era imposible que estuviese a la altura de las dos primeras. No dudéis en escucharlo con cariño.

Años y éxitos después la disolución del grupo puso a la vista del público las diferencias que surgieron entre los miembros del grupo. Fue una pena. Pero que nadie olvide que estamos hablando de unos músicos esenciales para entender la historia de nuestro país. Grandes y únicos. Aunque ese reconocimiento les llegará muy tarde.

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Nevermind (Nirvana)

Los 90 necesitaban una voz que representara de verdad a una generación de jóvenes que no encontraban el altavoz para denunciar sus problemas. Después de unos 80 muy coloridos, con ritmos alegres de pop, tecno o el rock más clásico, la juvetud suspiraba por esa voz que les hiciera encontrar su lugar en el mundo, el cual veían gris y triste.
Y esa voz surgió de alguien que odiaba la fama y el protagonismo. Nunca se imaginó que sus canciones, himnos inmortales, fueran a remover conciencias.
Kurt Cobain protagonizó, a su pesar, esa revolución que la música y la sociedad necesitaban. Sus letras, donde la rabia y el desencanto marcaban los versos, se convirtieron en la bandera que unió al mundo frente a la complacencia de una élite política y social.
Un álbum grabado sólo en dieciséis días, con un estilo musical minoritario por aquel entonces y donde se trataban los temas más espinosos, tenía todas las papeletas para haberse convertido en un fracaso o, como mínimo, en un disco para unos pocos.
Sin embargo, la expresividad de la voz de Cobain, el virtuosismo al bajo de Krist Novoselic y la fuerza de la naturaleza que es Dave Grolh, dió como resultado uno de los mejores álbumes de la historia. Fue capaz de eclipsar al mismísimo Rey del Pop, Michael Jackson, y su despegue en las ventas fue meteórico. Todo el mundo está de acuerdo en dividir la música en un antes y un después de ese trabajo. Grandes formaciones como Soundgarden o Pearl Jam les deben mucha de su fama. Sin este disco, posiblemente, el ritmo del Grunge no hubiera traspasado las fronteras de EEUU.
Nos ofrecieron himnos como Smell Like Teen Spirit o In Blood, y pusieron en la cúspide una música que emanaba del alma, y muchas veces ese alma está herida . Desde entonces, ese estilo musical, las camisas de franela y los vaqueros rotos fueron las señas de identidad de millones de personas.
Por desgracia, esa fama trajo infelicidad y desdicha al líder de la banda y tal día como el de ayer pero de 1994 dejó huérfanos a todos los que se atrevieron a soñar con un futuro mejor.
El  legado que dejaron sus canciones permanece para todos los que tuvimos la fortuna de escucharlos.

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A bigger bang-Live on Copacabana beach (The Rolling Stones)

Están los regalos, que siempre son una maravillosa sorpresa. Y luego están los regalazos, aquellos hechos con el corazón y un poquito de ¡The Rolling Stones!
No escondo mi preferencia por el cuarteto londinense sobre ese otro cuarteto de Liverpool. Su trayectoria que se remonta a los lejanos años sesenta, su influencia en la música rock y  la genialidad de sus composiciones los hacen incomparables. No resto méritos a The Beatles, pero sin Mick Jagger, Keith Richard, Ronnie Wood y Charlie Watts, la música sería mucho más triste.
Muchos son los que han criticado la excesiva longevidad del grupo, diciendo que en los últimos años no habían aportado más que sonidos comerciales a sus canciones, pero el peor disco de los Rolling es muchisimo mejor que la mayoría de otros artistas. Juegan en otra liga, no me cabe ninguna duda.
Y luego llega este álbum, editado el año pasado, pero de un concierto del 2006, y uno comprende que deberían ser eternos. Este concierto, ante más de un millón y medio de personas, nos vuelve a demostrar que, en directo, pocos pueden rivalizar con ellos. En ese año ya eran sexagenarios, con un pasado lleno de sustancias y polémicas, y siguen sonando tan acoplados como en sus mejores tiempos. La vitalidad que trasmiten en cada tema hizo que el público se rindiera ante ellos. Y no necesitaron sus grandes temas, porque salvo dos o tres piezas, como Satisfaction, sympathy for the devil o wild horses, el resto son canciones más conocidas por los incondicionales y que ellos solían utilizar para los pequeños conciertos. Tenemos delante un sonido rock más puro, con las guitarras llevando el peso, y un complemento perfecto del piano para una versión del tema de Ray Charles, Night time is the right time.
La voz y energía de Jagger es impropia de una persona de su edad, y se nota que encima del escenario sale ese animal artístico que siempre ha sido. El resto de la banda se acopla y amplifica a su líder y consiguen que cada tema sea más y más aplaudido y jaleado que el anterior. Y cuando llega el gran final, la sonrisa no se puede disimular y me descubro moviendo la cabeza sin disimulo y soñando que soy esa estrella del rock, capaz de parar el mundo ante mi voz, tal y como siempre han hecho ellos.
Larga vida al rock y a quienes lo hacen tan grande.

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In the army now (Status Quo)

Para el disco de hoy ha sido complicado buscar mucha información para complementar mis recuerdos. Los protagonistas de hoy son unos ilustres desconocidos. Desde luego no en el Reino Unido, donde son una celebridad, y sus más de 130 millones de copias dan fe de ello. Pero en nuestro país son el grupo de una canción conocida, y poco más.
Pues bien, resulta que llevan de éxito en éxito desde los lejanos años 60 y los mejores grupos de rock se han postrado ante la calidad de sus temas, y encima, cuando muchos pensarían en vivir un retiro dorado a la sombra de la fama cosechada, ellos siguen empeñados en seguir creando buena música.
Tan solo han cometido un pecado, los lectores juzgaran si es grave, para que la fama que tienen en su país no haya traspasado fronteras con la misma fuerza: ser fieles a su forma de entender la música.
Y esto, que parece un contrasentido, es lo que ha lastrado una carrera de grandes éxitos, pues toda su música ha sonado siempre igual. Status Quo es una potente banda de rock, con matices de soul o de Hard rock, pero su música no ha sabido leer los cambios generacionales que su dilatada carrera han visto. Lo que para sus fans más incondicionales es una virtud, ha supuesto que ese nuevo público no conectara con ellos. Tuvieron un par de intentonas para dar un giro a su sonido, sin éxito de crítica y ventas.
En el álbum que hoy nos ocupa volvemos a encontrar a esa formación, perfectamente afinada, sonando igual que sonaban en los 70 o los 60. La ironía de la suerte quiso que la canción que los haría conocidos donde antes no llegaban, fuera una versión de un grupo holandés de principios de los 80.
Ese tema que seguro estáis tarareando fué su último éxito, aunque el disco estaba lleno de grandes canciones que eran más honestas con su forma de entender la música. Desde el principio el sonido del rock más clásico desborda cada tema incluido. Y aunque se nota cierta fatiga en la voz de su solista, maquillado con coros e instrumentación, los temas suenan de maravilla. No hay que buscar contundencia en sus composiciones, pero si hay magia y mucho oficio.
Y una recomendación: escuchar los grandes éxitos de la banda. Estoy seguro que descubriréis muchas canciones que conocíais y no erais conscientes de ello.

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R. E. M (Automatic for the people)

Qué pocos grupos pueden decir que subieron el listón después de alcanzar la gloria con un álbum anterior. Lo normal es alcanzar un cenit creativo y, a partir de ahí, vivir de las rentas.
Nuestros protagonistas de hoy venían de romper las listas de éxitos con un sencillo que se ha convertido en un clásico: Losing my religion. Un tema que ponía la guinda a un álbum sencillamente espectacular, y al que dedicaremos una entrada en nuestro blog en un futuro cercano.
Y cuando podrían haber seguido disfrutando del éxito y cuando la crítica aún seguía alabando ese trabajo anterior, sorprendieron al mundo con un nuevo álbum todavía mejor. Una apuesta arriesgada por el poco espacio de tiempo entre trabajo y trabajo y por la propuesta tan distinta que lanzaron al mundo.
Distinto en su producción, en su planteamiento a la hora de componer las canciones y, sobre todo, distinto al sonido y los ritmos con los que habían alcanzado el reconocimiento mundial.
Mientras el álbum Out of time exloraba el lado amable de la vida, con un pop muy alegre y con ritmos bailables, Automatic for the people buceaba en lo más oscuro de la existencia. Sus baladas, íntimas y sencillas, se acompañan de unas letras de una tristeza absoluta. La pieza maestra es, sin duda, Everybody hurts, casi tan eterna como Losing my religion. Pero este tema solo es la guinda de un trabajo donde REM sacó lo más íntimo y escondido de su alma y nos lo ofreció en forma de música y poesía.
Comienza con Drive, que sirvió de presentación al público, un sencillo desolador, sin estribillo y de una factura tan sencilla como sobrecogedora. Y sigue con otras piezas imposibles de acotar a un solo género musical, pues hay muchísimas influencias en cada pieza, y componen un bellismo viaje de reflexión, haciendo que disfrutemos cada tema de manera entregada.
Un álbum redondo, que los situó en la cima musical de los 90 y que, aún hoy día, sigue sonando tan bien como entonces. Es la delicadeza hecha música, no podría explicarlo mejor.

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Agila (Extremoduro)

¿Comenzamos el fin de semana con una buena dosis de rock?
Cómo dijo cierto Padrino, esta es una oferta que no podéis rechazar. Y si encima hoy hablamos de uno de los grupos más importantes del panorama rockero de nuestro país, casi puedo asegurar que llenaremos la sala de concierto.
Porque Extremoduro es uno de esos casos muy raros en la música donde el paso de los años ha ido acrecentando su fama y éxito. Cuando parecían que iban a quedarse en una más de las múltiples formaciones que surgieron en los años 80, su persistencia y un espíritu rebelde contra la fórmula comercial, consiguieron que, a día de hoy, todo el mundo los conozca.
Es cierto que el éxito del disco de hoy les permitió acceder a mejores medios de producción y mejores estudios, pero también es una realidad que nunca han renegado de sus gustos e ideas musicales.
Robe siempre ha sido un creador inagotable, con fuentes de inspiración tan insospechadas como Miguel Hernández o Machado. Pero ese trabajo se echaba un tanto a perder por las malas producciones de las grabaciones, o esos conciertos caóticos, más parecidos a guerras de objetos e insultos.
Pero llegó una persona, Iñaki Antón, y asentó cierto orden y disciplina en una formación que tenía destellos pero era más odiada que seguida.
Todos los críticos musicales coinciden que la unión de Robe e Antón fue el despegue ante la crítica y supuso entrar en los circuitos de conciertos destinados a los grandes.
Aunque el tiempo de grabación fue escaso, únicamente seis semanas, el trabajo de producción otorgó a la voz de Robe ese punto de calidad para transmitir de una manera más universal la poesía de sus canciones. Además, se introdujo nuevos instrumentos que completaban los temas con nuevos matices y los hacían más al gusto de un público que se entregaría a ellos. Y lo mejor es que todo ese salto de calidad lo consiguieron sin sacrificar su manera de entender la música. Siguieron siendo los que escandalizan con sus portadas o por titulos de canciones como Puta.
Quién no se dejaba confundir por ese punto subversivo que seguian emanando descubrían poesía y sensibilidad, todo bajo el paraguas de un rock de ritmos contundentes.
En Agila (ánimo a los lectores a buscar su significado), encontramos trece canciones que no nos dan ni un segundo de tregua. Desde su primer tema, Buscando la luna, somos conscientes que seguian siendo Extremoduro pero que algo había cambiado. El saxo que suena y la importancia de los versos de los poetas que adornan los del propio Robe nos indican que habían encontrado ese sonido que los haría imprescindibles en la historia del rock en España.
Por encima de todos esas canciones sobresale So payaso, que ya había sido compuesta mucho antes de la grabación del álbum, y que supuso el punto de inflexión concreto de la carrera de Extremoduro. Fue el primer videoclip que grabaron y no paró de sonar en todas las radios. Confieso que es mi tema preferido de la banda y su mezcla de rock y ese punto de jazz me conquistó para siempre.
Pero no nos quedemos solo en un tema, pues el álbum, aunque no es perfecto, tiene una calidad global sobresaliente.
No tengo ninguna duda que el mundo es un poco más triste desde que ellos no nos regalan más canciones.

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A-ha (MTV unplugged, Summer solstice)

Ayer tocaba arrepentirse de los 80, hoy toca reinvidicarlos, además en un estilo muy alejado del rock del que suelo hablaros. Los protagonistas de hoy comenzaron su carrera en el año 1982, casi nada; sin embargo, me engancharon hace muy pocos años.
Recuerdo haber oído, aunque no a quién lo dijo, que la buena música es aquella que perdura tras el paso de las décadas. No podría estar más de acuerdo. Estoy seguro que casi todo el mundo conoce a A-ha por su gran éxito Take on me. Un tema que sigue sonando con muchísima frecuencia. Cuando explotaron comercialmente con aquel sencillo, traspasaron las fronteras europeas convirtiendose en un fenómeno de masas. Sin embargo, su ritmo discotequero no me gustaba en absoluto.
A ellos les iba de maravilla, pero esa fama casi les cuesta caer en el cajón de los grupos llamados one hit wonder; no obstante, la lista de buena música que ha sido capaz de crear este trío de Noruega desde el año 1982 es extensa. Y fue escuchando un concierto que grabaron en 2017, cuando me enganché a ellos.
MTV apostó por un formato unplugged (sin conexión a la electrónica) para ir ofreciendo conciertos de aquellos grupos y artistas que sabían podían ofrecer alta calidad sin la ayuda artificial de la que tanto se abusa hoy en día.
Y A-ha cambió de registro, arriesgó y volvieron a cautivar a sus seguidores más incondicionales, a otros nos demostraron que eran más que un grupo de pop con un cantante eternamente joven.
Su gran tema bajó el ritmo y se convirtió en una balada preciosa donde la voz de Morten Harket nos ofrece un arcoiris tonal increíble.
Lo mismo sucedió con el resto de las canciones, con las que repasaban una trayectoria exitosa, jalonada con 6 premios Grammy y un índice de ventas multimillonario (qué equivocado estaba con ellos).
Descubrí temas que no sabía eran suyos, pero que había disfrutado en tantas y tantas ocasiones. Las versiones para este concierto de Forever not yours o Summer moved on, son un ejemplo de esas canciones que han perdurado con el paso del tiempo haciendo buena la máxima que recordaba al principio: la buena música perdura.
La única pega que le pongo al disco es no haber incluido la canción que más he disfrutado de ellos: Dark is the night for all. Una lástima, desde luego, pero salvando esa ausencia, nada que objetar a los 21 temas con los que podemos cerrar los ojos y disfrutar.

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The rise and fall of Ziggy Stardust and the spiders from Mars (David Bowie)

David Bowie o cómo reinventarse a cada instante.
Así podría llamarse una crónica sobre el mítico cantante británico. Aunque quizá no sea del todo correcto utilizar el verbo reinventarse. Es más adecuado usar buscar y evolucionar. Bowie nunca dejó de explorar nuevas formas de expresión para hacernos llegar cómo se sentía. Tuvo siempre la capacidad de mejorar lo que le influía musicalmente. Y cuando decidía que el mundo podría estar preparado para saborearlo, lo lanzaba envuelto en su elegancia y versatilidad.
Con el álbum que hoy os traemos, uno de los mejores de su carrera, llegó a sus más altas cotas de creatividad.
Para empezar creó un Alter ego ¡extraterrestre!, Ziggy Stardust. Durante mucho tiempo desapareció Bowie de los escenarios y quienes querían verlo tenían que enfrentarse a una imagen trasgresora, siempre jugado con la ambigüedad sexual y con un discurso apocalíptico.
Son los comienzos de los años 70, inicio de una carrera espacial que tenía a medio mundo pendiente del cielo. Y El Duque buscaba un sonido propio, una nueva forma de trasmitir el mensaje, no de una canción, sino de todo un disco completo. Esa carrera que enloquecía al mundo le sirvió de excusa para crear un argumento con tintes extraterrestres y mensaje mesiánico, aunque el final no pudiera ser más mundano. En sus canciones nos habla de esa preocupación que teníamos sobre mundos desconocidos cuando aún no habíamos resuelto los problemas que teníamos a ras de tierra. Al final, todos sucumbiriamos a la fama y la riqueza. Triste mensaje envuelto en un formato tan bello.
En los pocos más de cuarenta minutos que dura el álbum, se pueden escuchar rock, soul o ritmos de sintetizador envolviendolos. Estaba popularizando el Glam. Con estilo propio y sin pretensiones comerciales en un álbum complicado, que no buscaba gustar sino la reflexión. Aparte de temas como Starman o Moonage Daydream, los otros siete temas restantes hay que escucharlos despacio y sin prejuicios hacia lo que se supone era David Bowie. Esa mezcla a veces cuesta entenderla y hasta su voz suena diferente en muchos momentos del disco.
Quizá los que han oído poco a David Bowie se sorprendan de lo arriesgado de su apuesta. Recordemos su importancia y la influencia en la música de los últimos 40 años y la cantidad de canciones que lo elevaron a la categoría de mito. Pero fue, precisamente, por giros tan radicales como este, por lo que su impronta cultural será eterna. Nunca fue un conformista que se consolaba de sus glorias pasadas. Nunca quiso subirse a las modas, al contrario, él las creó y les dió un sentido.
Cómo para no escucharlo. A él y a sus canciones.

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Loco por incordiar (Rosendo)

A estas alturas de la vida no voy a descubrir al maestro del rock español. Es cierto que no ha sido el primero, sin ir más lejos por este blog ha pasado Miguel Ríos, que tiene carretera y arte para dar y regalar. Tampoco ha sido el más fino estilista ni el más académico en sus formas. Pero Rosendo ha sido uno de los que más han llegado al público, sino el qué más.
Su secreto ha sido cantar a una generación que sentía como propias las letras de sus canciones. Su éxito ha estado marcado por la devoción de miles y miles de fieles que han coreado sus temas como quien recita una oración.
Y no lo tuvo fácil para despegarse de Leño, el grupo que le ha acompañado desde siempre. Como una paradoja del destino, el grupo que le encumbró estuvo a punto de hacer imposible su carrera como solista; ninguna discográfica le ofrecía un hueco a él y sus temas en solitario. Estaba muy fresca la corta pero intensa trayectoria de una formación que puso el rock, el rock más duro, en primera línea del panorama musical. Pero a Rosendo no hay quien le haga retroceder y con paciencia y tocando muchas puertas, consiguió publicar un álbum mítico.
Con solo nueve canciones, dejó una huella eterna en todo aquel que las escuchó. Muchas de ellas seguian siendo coreadas por sus fans en los últimos conciertos que dió antes de retirarse.
¿Quién no ha cantado Agradecido hasta la extenuación? Sus rift de guitarra y su estribillo nos sobrevivirán, seguro.
Tampoco podemos olvidar Pan de Higo, una declaración de intenciones en toda regla.
El resto de temas no desmerece en absoluto a las dos anteriores, pero tengo debilidad por ellas y siempre las pongo por encima de las demás. Algo muy subjetivo, lo sé.
Pero quien se acerque a este álbum no encontrará un disco con dos temas. En absoluto. Lo que hallará será una de las joyas de la corona del rock en España. Su impacto ha sido muchas veces refrendado por otros ilustres como Extremoduro, Loquillo, Barón Rojo, etc…
Un disco que nos ayuda a entender una forma de sentir la vida muy alejada de las estrellas de hoy. Rosendo, el gran Rosendo, solo necesitó su guitarra y la calle para ofrecer lo que necesitábamos: un ritmo sin tregua y unas letras del pueblo. Y nadie, aún, le ha superado.
Larga vida a Carabanchel.