
Concluido Brooklyn Follies, llega el momento de recordar pasajes y frases que se han quedado en el alma. Porque un libro de esta belleza siempre se queda en nosotros. Hace unos días, buscando información sobre Paul Auster, leía en varios artículos que está considerado el gran embajador de la gran manzana. Un escritor que ha detallado la vida de la gran ciudad norteamericana, sus gentes y costumbres. Y lo ha hecho desprendiéndose del imaginario impuesto por otros autores y, por supuesto, alejándose de la imagen cinematográfica que nos ha legado Hollywood. La Nueva York que nos describe Auster en Brooklyn Follies es la de una ciudad humana, con sus defectos y virtudes, repleta de emociones y acogedora. Todo lo contrario de lo que los turistas encuentran cuando viajan hasta allí. Quizá las luces de Neón de Times Square deslumbren con tanta intensidad que los ojos no pueden percibir lo que hay detrás del gran escenario artificial, preparando únicamente con el fin de sorprender al visitante.
No digo que la gran urbe sea igual que Teruel, ni en su esencia ni en su ritmo de vida, por ejemplo. Pero si es cierto que los pasos de Auster nos muestran detalles y matices que nos sorprenden agradablemente.
Como ejemplo de lo que hablamos, el lector puede encontrar en esta novela las relaciones sociales que los personajes entablan con la naturalidad de quienes están habituados a mirar con calma y reflexión. No hay atisbo de ese brillo artificial que prejuzgamos propios del lugar. Solo hay sentimientos, necesidades de compañía y comprensión. Incluso, quién busca aislarse para morir en el anonimato, encuentra, sin pretenderlo, su lugar en el mundo y su lugar en el grupo que se forma.
Auster acelera en el ultimo tercio del libro, cerrando historias. Y lo hace de forma genial, con una sencillez que solo pueden alcanzar los escritores de alma. Conforme pasan las páginas la sonrisa se van alternando con esas pequeñas lagrimas propias de la ternura.
Tan solo un pero, menor para otros, pero importante para mí; esas dos paginas finales… Ahora necesito saber más, necesito que Auster me regale la continuación de quienes se han hecho mis amigos. Parafraseando una frase oída hasta la saciedad, ¡esto no te lo perdono, Auster!
Pero si, se lo perdono todo, con tal de que siga escribiendo.