
Este año me he propuesto leer mayoritariamente los autores que me gustan y no hay otro que me guste más que Zweig. En esta ocasión he elegido un ensayo muy especial en el que el autor nos habla de los oscuros años del siglo XVI, en el que estar lejos de la santa inquisición católica no te aseguraba no morir en la hoguera. Oscuros años del fanatismo religioso occidental.
En concreto, Zweig nos cuenta dos historias de persecución lideradas por un mismo hombre: Calvino. En la primera, nuestro compatriota Miguel Servet acaba sufriendo la más dolorosa de las muertes; en la segunda, Castellio está a punto de sufrir la misma suerte por alzar la voz contra la injusticia ejercida contra el médico de origen aragonés. Ambos protagonistas sufren en sus carnes la violencia por reivindicar su libertad de conciencia y, a ser posible, de expresión.
La historia del siglo XVI europeo es inquietante por la violencia y el fanatismo extremo que caracteriza a los que tienen poder. Y, en ese sentido, no se aleja demasiado de un siglo XX europeo en el que el propio Zweig tendrá que huir de su patria por ser un librepensador. De este modo, su sensibilidad hacia estos temas quizá sea menos erudita y más vivencial de lo que uno esperaría de un cronista del futuro.
Y es que, desgraciadamente, la violencia extrema de los poderosos que se creen en posesión de la verdad (sea esta cual sea) contra los librepensadores es universal. Un escalofrío se cuela por mi espalda, pues ninguno estamos a salvo de la persecución ideológica. Y me acuerdo de aquellas palabras de Ovidio de las que hablamos en una entrada anterior: <<bien vive quien bien se oculta>>. Tanto Servet como Castellio decidieron no ocultarse y decir negro sobre blanco lo que pensaban. Obviamente, a nivel personal esta decisión la pagaron bien cara, pero ¿a nivel social nos podemos permitir otra cosa? Gracias a la valentía de los librepensadores el mundo es habitable. Gracias, Zweig, por tanto.