
Dicen que la historia la escriben los vencedores. También es cierto que lo hacen los poderosos. Una élite que moldea los hechos a su antojo, con provecho propio y sin arrepentimiento de su conducta.
Después de leer este ensayo de Zweig, queda claro que el continente americano es llamado asi, América , gracias a una sucesión de mentiras y medias verdades en las que nunca tuvo nada que ver el protagonista, Vespucio. Ni tampoco Colón, quién tras el descubrimiento del continente, ha visto su fama y crédito caer abruptamente. Quinientos años después sus nombres siguen generando controversia odio y rencor.
Sin embargo, Zweig y su inconmensurable talento, nos presenta los hechos desnudos, sin adornos políticos, en un relato sencillo, excelsalmente documentado. Vemos a dos personas, hijos del tiempo que les tocó vivir. Nunca rivales (como ha llegado a nuestra época), sino amigos. Uno ambicioso, el otro superviviente. Y los dos marionetas de poderosos.
A Zweig le bastan poco menos de 100 páginas para darnos un retrato fiel de los acontecimientos que sucedieron. Lo hace con su prosa dulce, llena de fuerza y convicción. Y, sin duda, didáctica. Pues todo es claro, ordenado. Incluso, en muchas ocasiones, nos sentimos guiados de la mano por el propio autor, como si temiera que la verdad pudiera asustarnos. Apreciamos en sus líneas un sentido del humor delicioso, que juega con la ironía, para desenmascarar lo absurdo de la historia oficial.
La historia deberían escribirla personas como Stefan Zweig, quien sabe indagar en ella para extraer la verdad. Y además, ¡que hermosa forma de exponerla a sus lectores!
Un regalo para los sentidos, que dejará saciado a cualquier amante de la buena literatura y, como no, de la historia.