
Hace ya un año que falta Almudena y todos estos meses hemos estado esperando la publicación de su obra póstuma. Una última oportunidad de leerla, un mensaje que rompe la frontera del tiempo y de la muerte, una novela que es mucho más que ficción y representa un grito de rechazo a la ausencia.
Durante todo este tiempo de espera tengo que confesar que no podía dejar de pensar en el tipo de libro que nos habría preparado. Imaginaba que sería una novela social, de las que solía escribir Almudena, en la que denunciara la injusticia y defendiera la utopía. Y poco a poco la fui escribiendo yo misma en mi imaginación. Pensaba en los temas que iba a tratar, el tono, la técnica…
Y después de hacer todo esto, llegó el 1 de noviembre y comenzó la lectura de la novela junto con el resto de compañeros del club. Y, claro, lo que me encontré no era lo que había esperado. Lógico, diréis. Pues sí, claro, pero no por ello me ha sorprendido menos.
La última novela de Almudena es una crítica a las injusticias del mundo que habitamos, tal y como yo pensaba, pero el modo en el que la lleva a cabo no tiene nada que ver con mis expectativas. Porque el libro de Almudena es tremendamente incómodo. No es lacrimógeno, ni especialmente duro (al menos en lo que llevo leido) pero es desasosegante. No esperaba yo una distopía como la que presenta, especialmente agobiante porque está formada por miles de detalles enormemente familiares. Los personajes de libro podríamos ser nosotros; la distopia podría ser nuestra realidad.
Una lectura incómoda que sé que nos dará mucho juego. Os seguiré contando por aquí.