
Casi todos hemos soñado con vivir una vida de aventuras, llena de acción, siendo un héroe y objeto de admiración. Y quizá, la figura que más admiración despertaba (aparte del futbolista), ha sido la de piloto de aviones.
Por eso era lógico que en los periodos de guerra del siglo pasado, los escritores, guionistas y dibujantes y utilizaron las figuras de Charles Lindbergh, William Alcock y un largo etcétera, para crear novelas, películas y cómics.
El día antes del desembarco de Normandía, llegó a los kioscos de Estados Unidos un nuevo héroe que los habría de acompañar durante más de 30 años. Con guión y dibujo del gran Frank Robbins, maestro de los grandes contemporáneos, las tiras de este aviador de guerra deleitó a dos generaciones de jóvenes.

Johnny Hazard era el héroe perfecto: guapo, inteligente, intrépido y con un alto sentido de la moralidad. Comenzó como piloto de guerra, animando, de manera explícita, a una sociedad americana que miraba el conflicto en Europa con desconfianza. Sus aventuras eran propaganda sobre la necesidad de una intervención americana para derrotar a Alemania.
Terminada la guerra, sus aventuras se extendieron a todos los rincones del planeta, acompañado de dos amigos que ponian los contrapuntos humorísticos. No podía faltar las protagonistas femeninas, que terminaban comprometiendo la integridad física y mental del héroe (esteriotipos de la época).
Unas tiras que fueron un exito desde el inicio, con una calidad gráfica impresionante. Robbins fue un maestro del claroscuro, con un dibujo en blanco y negro excepcional. También sus guiones estaban a la altura, y encontraba siempre el resorte indicado para crear emoción e intriga, a pesar de saber que siempre nuestro héroe iba a salir airoso.
Una combinación que consiguió que todos quisiéramos ponernos a los mandos de un avión.