
Pues algo tendrá el agua cuando la bendicen…
Y con Federico Moccia ocurre algo tan milagroso como muchos de los pasajes que nos relata la Biblia. Porque la historia no tenía mucho de novedad: chico malo conoce a chica buena, la familia se opone, el chico intenta ser mejor, pero pierde su esencia cuando lo hace, etc…
Como veis, nada nuevo. Sin embargo, esta historia, que inicialmente se autopublicó en parte, ha sido uno de los éxitos europeos más destacados de las últimas décadas. Propició en su momento una segunda parte y, como seguro gran parte de los lectores sabrán, varias películas de grandisimo éxito.
Los 54 capítulos se leen muy rápido y fácil. Hasta aquí la parte buena. ¿La parte mala? Que después de leerlo no conocemos a ninguno de los personajes , ni sus motivaciones. La novela es una sucesión de diálogos y situaciones esteriotipadas, sin profundidad ni historia. El malo es malo porque la novela lo necesita así. Ella es ingenua pero cabezota, sin más. Y los secundarios simples comparsas que tampoco aportan variedad a la trama.
Tengo que reconocer que la formula funciona, aunque aporta poco o nada a la literatura. Y aunque la crítica de la época la tachaba de novela para mujeres, su éxito hizo que llegara a todos y todos catapultasen sus cifras hasta la cumbre. Porque Moccia maneja el ritmo de manera soberbia, sin dar un respiro, agarrándose a situaciones donde solo importa la reacción primaria. Ni rastro de reflexión o conciencia. Se pasa del cero al todo. De una mirada al amor eterno.
Pero, repito, funciona. Lo hace como vehículo de entretenimiento, de lectura ligera para esos momentos que nos apetece desconectar del mundo y dejar la mente descansar. Quizá, solo por eso, ya merece un sitio en las estanterías. Hay otros casos que no lo consiguen.