Bueno, sí, por mi barriga de casi cincuentón y mis escasos ciento ochenta centímetros, no tengo mucha pinta de haber jugado a baloncesto durante muchos años. Pero lo hice. Y fui de esos locos que se quedaban hasta las tantas de la madrugada para ver a Ramon Trecet y los partidos de la NBA. Partidos que, por cierto, eran la máxima expresión de espectáculo y deporte. Me temo que ahora no son ni una sombra de lo que fueron.
Tenía la habitación llena de pósters y recortes, carpetas rebosantes de artículos y casi toda mi paga semanal se iba para la compra de revistas especializadas. Revistas y algún libro que salía. No conseguí muchos relacionados con el baloncesto, pero los pocos que llegaron a mí los recuerdo con mucho cariño.
Es el caso del libro de hoy. Aunque, quizá, deba explicar antes una cosa para todos aquellos que no sois muy aficionados a este deporte. A finales de los años 80 y principios de los noventa se produjo una explosión de talento en la NBA. La lista de grandisimos jugadores que jugaban en los equipos americanos creo que no ha sido nunca superada. Y tuvo su apogeo mundial en los Juegos Olímpicos de Barcelona, donde el Dream Team arrasó al resto de selecciones mundiales. Pues bien, en ese equipo maravilloso había dos figuras que destacaban sobre los demás: Earving Johnson y Michael Jordan. El primero representaba a la vieja guardia, aquella que habia revitalizado una liga profesional que no interesaba a nadie. El segundo era la maxima expresión de talento y físico puesto al servicio de un balón. Y, como no podía ser de otra manera, estos dos jugadores aglutinaban a la mayoría de seguidores. O eras de uno, o del otro.
Pues bien, yo era de Magic Johnson. Era mi debilidad. Era por quién me habia levantado muchas madrugadas para verle ganar campeonatos, por quién habia gritado ante sus acrobacias y, en quién me fijaba para intentar ser, cada entrenamiento, un poco mejor.
En ese año olímpico ya conocíamos su enfermedad y el jugar en ese equipo fue el homenaje que tuvo a su dilatada y brillante carrera.
Una carrera que se inició en un suburbio de Michigan, donde su talento y perseverancia le fue ayudando a superar las dificultades que el color de su piel le suponía. Los años 60 y 70 fueron muy duros para todos los afroamericanos, y con él no fue una excepción.
Este libro cuenta como fue creciendo, como empezó a ser conocido y a ingresar en una liga de baloncesto donde, su rivalidad con Larry Bird consiguió salvar de la bancarrota un deporte al que nadie prestaba atención.
Leeremos sus amistades, su visión de la vida, que siempre transmitió al campo de juego y, sobre todo, volveremos a sentir esas noches de ilusión y emociones, cuando un gigante vestido de amarillo o morado cruzaba el campo dominando el juego como nunca nadie, antes, había hecho.
Un libro para recordar que, a veces, hubo un tiempo pasado que fue algo mejor.
