Publicado en Club de lectura #elsitiodemirecreo

Tercera semana de lectura de El peligro de estar cuerda

Dice Montero en este ensayo que la vida está llena de casualidades. Como si el cosmos, además de tender a la entropía, también sufriera una tendencia al orden. No sé. Suena a sesgo cognitivo, aunque lo de que nos afecten dos fuerzas contradictorias que se equilibran no me suena del todo mal. Sea como fuere, hoy se cumple la tercera semana de lectura de este maravilloso ensayo y el tema principal del que os tengo que hablar es la muerte. Un asunto que, si bien aparece a lo largo de todo el libro, es sin duda uno de los protagonistas principales de los últimos capítulos. Os tengo, pues, que hablar de ella para cerrar la reseña de este ensayo. Y lo tengo que hacer hoy, día 21, que es cuando se cumplen las tres semanas de lectura. No es fácil. Ayer por la tarde recibí una llamada terrible, inesperada, inconcebible. Una llamada que me dejó en shoc. Dentro de unas pocas horas acudiré al tanatorio a despedir a un amigo admirado y querido. Una de esas casualidades de las que habla Rosa.

Hay tres asuntos importantes en este ensayo relacionados con el fin de la vida. El primero es la afirmación de que las personas creativas tienen un miedo especial a la muerte. Y que es ese miedo el que les lleva a ser tan intensos y a escribir (o pintar, o componer). El miedo a la muerte explicaría, incluso, el insomnio que muchos sufren, pues el sueño no deja de ser la petite mort. Yo jamás he tenido miedo ni a dormir (ojalá pudiera hacerlo más) ni a morir, pero es cierto que siempre he tenido terror a la muerte de los demás. A que mueran mis seres queridos, mis amigos o incluso mis conocidos. Como si el verdadero daño que causa la parca no fuera el final individual y definitivo, sino las múltiples despedidas. El goteo incesante de encuentros con la nada. Quizá, en el fondo, son dos formas de lo mismo. Una consciencia plena de que la muerte acecha. Me gusta la idea. La plenitud de la vida (el arte, la belleza, la intensidad de sentimientos) impulsada por la certeza de que es finita.

El segundo asunto que aborda Montero en su ensayo es el tema tabú por excelencia: el suicidio. Y es que hay una cantidad ingente de personas creativas que han coqueteado, con mayor o menor fortuna (infortunio), con quitarse la vida. El modo en el que la autora aborda este tema tan complicado me ha parecido sublime, certero, compasivo. Solo por esto la lectura de este ensayo se debería recomendar como recurso de salud mental. La forma en la que habla tanto a los que sienten la atracción por la nada, como a sus familiares y amigos es lo mejor que he leído sobre este tema. Gracias, Rosa, por esto.

Y el tercer y último asunto es el propio camino a la muerte, esto es, la vejez. Rosa afronta otro de esos temas tabú de nuestra sociedad y lo hace sin paños calientes. Transitar por la vejez en el mejor de los casos es conservar la mente de una jovencita, encerrada en un cuerpo que poco a poco va perdiendo facultades. En el peor, se trata de perder las ganas de vivir, la curiosidad, la creatividad. Un panorama desolador si no fuera por la inquebrantable certeza de que es posible resistir. Existe la posibilidad de que la mente permanezca o incluso crezca al final de la vida. Casos se han dado. Quizá lo mejor, el momento más creativo, la serenidad más lúcida, la felicidad más serena esté aún por llegar. Esta última reflexión me ha hecho recordar la vieja distinción entre la inteligencia fluida de los jóvenes y la cristalizada de las personas maduras. De nuevo las fuerzas contradictorias que se compensan. Quizá sea cierto que las cosas importantes (el amor, la risa, la felicidad) no tienen edad.

Con esto hemos terminado las tres semanas dedicadas a la lectura de este ensayo. Queda el encuentro, que lo tendremos el día 31 y que seguro que, como siempre, me hace ver el texto desde otros prismas. Pero eso os lo contaré otro día.