
Es complicado hablar de un libro como este, que no fue escrito para ser leído (se trata, por lo que se ve, de un conjunto de notas para dar clase) y que tiene la friolera de 26 siglos. Y más aún para alguien como yo que no soy experta en Teoría de la Literatura pero sí soy lo suficientemente consciente de lo que representa esta obra como para reconocer mi osadía. En fin. Me animo a hablar de La Poética como una lectora agradecida que quiere que esta obra se cuele en todas las bibliotecas. Os contaré por qué.
Lo primero que tengo que advertir, para el que no conozca el texto es que La poética de Aristoteles, pese a su título, no habla solo de poesía, sino que se refiere, en un sentido amplio, al arte y, en un sentido más específico, a la ficción, esto es, a aquellas obras que no cuentan lo que pasó, sino lo que podría haber pasado. Y le preocupan fundamentalmente dos cosas: para qué sirve esta curiosa tendencia de los humanos y cómo debe llevarse a cabo.
La respuesta corta a la primera pregunta es que el texto de ficción está ahí para conseguir una catarsis, que es lo mismo que decir que pretende emocionar. Porque esa emoción vicaria que sentiremos ante la fábula nos permitirá nada más y nada menos que sobrevivir a las emociones de la vida misma. Desde la distancia del s.XXI entiendo que los lectores buscamos en los textos una forma de entender y superar el día a día. Por supuesto.
Y ¿cómo se consigue esto? Pues Aristoteles considera que se tiene que imitar la realidad. No me entendáis mal. No quiere decir que defienda un arte realista. Lo que quiere decir, más bien, es que se debe utilizar la realidad como materia prima (no se debe olvidar que el objetivo es sobrevivir a esta) y presentar una ficción verosimil. En realidad, yo diría que imitar para el filosofo significa <<domesticar>>. Dos detalles: 1. Aristoteles aconseja que cada personaje actúe según su naturaleza y, si ha de cambiar de forma de actuar, que haya una buena razón para ello; esto es, que sea coherente. 2. La historia (la fábula) debe presentarse de forma ordenada y redonda, con inicio, nudo y desenlace. Nada de dejar hilos sueltos que no se sabe a dónde van. Todo atado y bien atado. La vida no es así, claro está, pero nos gusta creer que sí para poder soportarla.
Y esta es la razón por la que considero que La Poética sigue siendo un texto interesante hoy, tantos siglos después: porque explica la fascinación que sentimos con la obra de ficción y por qué recurrimos constantemente a ella. La ficción nos calma, permite que entendamos lo incomprensible y nos regala el bien más preciado: el control. Por cierto, de todo esto habla también el libro de Rosa Montero que estamos leyendo en el club, pero sobre ello ya os hablaré otro día.