
Hubo un tiempo, en mi juventud, en que Isabel Allende era mi autora favorita. Con ella recorrí la conquista de América, junto a mujeres fuertes, combativas, valientes. Y pasé muchas horas de felicidad a su lado. Luego la vida se me complicó y dejé de leerla. Cuando el domingo pasado comencé esta novela llevaba casi dos décadas sin leer a esta autora.
No tuve que leer mucho rato para recordar por qué me gustaba tanto. Allende sabe tocar las fibras de mis emociones y consigue hacerme reír y llorar como nadie. Escribe muy bien, sus historias son interesantes y sus personajes creibles. Es más, sus personajes femeninos son maravillosos. En esta ocasión, Roser es la madre, la amiga, la abuela, la hija o la hermana que me hubiera gustado tener. En realidad probablemente es la persona que me habría gustado ser. Y eso me pasaba de joven con muchas de las protagonistas de esta autora.
Otro asunto interesante de leer a Allende es el trasfondo histórico que envuelve a sus historias, que es un protagonista claro de sus novelas. En esta ocasión, la guerra civil española, el exilio republicano que deja la dictadura de Franco a las espaldas, los campos de concentración franceses, la apuesta de Neruda por los intelectuales españoles, la acogida de los refugiados al llegar a Chile, el golpe de estado de Pinochet, los campos de concentración chilenos, el exilio en Venezuela, la caída de las dictaduras y el retorno de la democracia a uno y otro lado del océano… Allende es una escritora contundentemente antifascista. Siempre al lado del demócrata, de la cultura, de las personas de letras, represaliados por las dictaduras. En Allende ni hay medias tintas, no hay ambigüedades. Los derechos humanos no se negocian.
He disfrutado mucho de esta novela y os la recomiendo. Y, pese a todo, me doy cuenta de que ya no es mi autora favorita, porque yo he cambiado mucho como lectora. Ya no soy la misma que la acompañó en la conquista de Chile, por ejemplo. Ahora necesito un poco más de hueco para mí y Allende no te cede ni un milímetro. Ella no sugiere, dice expresamente. La historia es tal y como te la cuenta y tu papel como lector o lectora es el de ser testigo excepcional (yo verdaderamente siento que estoy ahí, junto a ellos, sintiendo sus alegrías y sus penas), pero jamás de coautora.
Seguiré leyendo a Allende ahora que la he recuperado. Tal vez ya no pueda disfrutarla tanto como antes, pero sin duda es una autora que me hace feliz.