
En un mundo cada día más incomprensible se hace necesario fomentar el espíritu de la crítica. Aquello de lo que adolecemos nos convierte en meros espectadores mudos de una realidad que no cuenta con nosotros.
A mediados del siglo pasado surgieron dos visiones aterradoras sobre cómo implantar ese pensamiento único y llano. Por un lado estaba Orwell, que con 1984, relató una tiranía impuesta con la violencia y la represión. Países como Corea del Norte son el ejemplo extremo de una forma de gobierno que interviene de manera salvaje e impune en la vida cotidiana de sus habitantes.
Por otro lado, la novela de Aldous Huxley, el protagonista de hoy. Con una visión diametralmente opuesta a Orwell, nos relata una distopia basada en el alejamiento del sufrimiento y la búsqueda absoluta y total de la felicidad. Todo está regulado en la sociedad que nos presenta, desde las clases sociales, impermeables, a las relaciones interpersonales, una organización dirigida al fin, donde lo único importante es el encubrimiento del dolor y el sufrimiento. Incluso los nacimientos están programados y se hacen con los mayores avances para que los recién nacidos aporten lo máximo al sistema. La religión está prohibida y el sexo es obligatorio. Todo con la ayuda de una droga tolerada
A priori es un sistema mucho mejor que el propuesto en 1984 pero escarbando un poco nos convenceremos de nuestra equivocación. La falacia que nos presenta el autor es la pérdida del libre albedrío del ser humano, la constancia de una vida sin opciones y con un fin determinado desde el nacimiento. Cualquier persona se siente prisionera, asfixiada.
Cuenta, ademas, con una feroz crítica al consumismo, personalizado en la figura de Henry Ford. En los años de la publicación original, el magnate americano representaba la cima del capitalismo y se nos muestra en la novela como el líder donde fijarse.
El argumento de la novela es confuso al principio, un hecho normal al querer presentar en pocas páginas una descripción detallada de las numerosas características de la nueva sociedad. Pero conforme avanzan las páginas la narrativa adquiere ritmo e intriga. Funciona muy bien la historia que hay detrás y que utiliza Huxley para destapar las miserias del sistema. Y funciona aún mejor como el ambiente nos va rodeando poco a poco, hasta convertir en agobiante la sensación de pasar una página. Sentimos el temor de hasta donde la mente de los protagonistas podrán aguantar esa imposibilidad de decidir nada contrario al pensamiento único del Estado.
Catalogada como una de las mejores novelas del siglo pasado, su vigencia sigue de rabiosa actualidad y, como no nos cansamos de repetir, nos muestra nuestra incapacidad para aprender de nuestros errores. Una vez más.