
Esta semana hemos terminado de leer Dublineses, de James Joice, en el club de lectura. Lo hicimos leyendo el cuento más extenso y famoso de todos, titulado <<Los muertos>>. De algún modo todos teníamos cierta esperanza de que este relato final compensara dos semanas de lectura complicada y, en mi caso al menos, decepcionante. Me muero por reunirme con todos este domingo para conocer la opinión de mis compañeros. De momento, os dejo aquí la mía.
Desde luego, tal y como dijo un miembro del club de lectura en Twitter, este cuento es muy distinto a los demás. Es tan distinto, que no parece parte de la misma obra. En cierto sentido, suaviza algunos rasgos del resto del libro, haciéndolo más fácil de leer. Una no tiene la sensación constante de andar perdida, de carecer de la información necesaria para entender qué pasa. Los diálogos son más consistentes y, en general, me he sentido mucho más cómoda.
El ambiente también es muy diferente al resto. Frente a la sensación de claustrofobia a la que me tenía acostumbrada mientras acompañaba a sus personajes en velatorios, encuentros inapropiados, vidas insufribles y calles y locales del Dublín más pobre, este último relato me ha llevado a una agradable fiesta. Los personajes bromean, bailan, se manifiestan cariño, comen y beben a placer. Atrás quedaron las duras vidas de los dublineses con problemas con la bebida y el juego y sus tristes historias de pobreza y malos tratos. Por fin, Joice nos permite conocer a irlandeses con una vida acomodada y tranquila.
Y a pesar de todo, una sabe que está leyendo a Joice. La forma en la que presenta a los personajes, acentuando sus contradicciones internas y su lado más oscuro es, en el fondo, la misma. También es similar la sensación de haber llegado al relato algo tarde, sin todos los datos relevantes y sin esperanza de que el autor se apiade y nos acabe dando todos los detalles. Una vez más, nos iremos del relato demasiado pronto, sin saber qué va a pasar con los protagonistas, sin entender del todo algunas de las cosas que han dicho o han sentido.
Y así, leyendo un cuento tan distinto y tan similar a todos los demás, he acabado pensando que Joice no nos quiere contar historias, solo quiere describir ambientes. Nos permite viajar, mirar por una pequeña ventana lo que ocurre en su mundo. Eso es todo. No hay una narración al uso, con principio, nudo y desenlace, ni tampoco moraleja; no nos quiere contar nada. Se limita a hacernos un hueco en lo que ve. Ojalá alguien me lo hubiera advertido. Quizá si uno sabe a lo que va cuando entra en este pequeño libro, las posibilidades de disfrutarlo aumenten.