
Durante la última semana he estado acompañada por una entrañable pareja, Alexander y Alexandra, viudos, enamorados y terriblemente valientes.
Es el segundo libro de Grass que leo y, aunque no tiene demasiado que ver con el anterior (aquí no encontramos el mágico surrealismo que protagoniza el Tambor de hojalata), me ha fascinado tanto como aquel. Ya estoy en condiciones de afirmar, me parece, que Günter Grass es uno de mis autores favoritos y que aspiro a leerme todo lo que escribió.
El libro que hoy os traigo es una novela dedicada al siglo XX. Dado que fueron unos años que dejaron un reguero de muertos por todo el viejo continente, nada mejor que el proyecto de un nuevo cementerio para terminar el siglo. Y no un cementerio cualquiera, sino uno de reconciliación, donde la vieja y herida Polonia y la arrepentida Alemania se den un abrazo eterno.
Esta novela es un canto al amor, a las segundas oportunidades, a la reconciliación, al mestizaje, a la apertura de fronteras y de mente. Un canto a la belleza, a la vida y al descanso de los muertos.
Pero al mismo tiempo, es una novela que reconoce las piedras en el camino. La decepción de las viejas ideologías (las nazis y las comunistas), la presión de la ambición, del racismo y el rencor. El desamor de la familia, la decepción de los que pensamos un día que eran de los nuestros. Los protagonistas de Malos presagios no son ajenos a toda esta realidad. Tratan de superarla con su amor y su idealismo, pero no siempre saldrán vencedores.
Una novela maravillosamente escrita, con miles de guiños sobre la diversidad lingüística (que tengo que admitir que he disfrutado) y cultural, con un narrador que sufre constantemente por no ser omnisciente y unos personajes que son a la vez símbolos de una época compleja.
Tal vez Günter Grass no sea un autor para todos los públicos, pero tengo que decir que los que lo amamos lo hacemos con pasión. Ya estoy deseando abrir otra de sus novelas. No creo que tarde.