Humanizar la «Cosa Nostra» tiene mérito. Escribir sobre la Mafia, ser el primero en hacerlo, aún más. Mario Puzo tuvo la genialidad, a finales de los años 60, de narrar la historia de una de las cinco familias más poderosas del crimen organizado. Y lo hizo saltándose todos los tópicos que había en ese momento sobre las bandas criminales.
Su retrato coral es impresionante y excelso. No hay personajes de una sola cara o planos en su descripción. Lo mejor, sin duda, es cómo nos da a conocer a los protagonistas y cómo podemos sentirnos compañeros en su evolución. Porque de eso se trata en El Padrino, de una novela sobre quienes conforman la mafia. Quien busque un documental sobre los aspectos oscuros de la organización se está equivocando. Desde luego hay crimen, venganza, negocios sucios y ley del silencio. Pero ese es el decorado difuminado que envuelve a los protagonistas, sin distracciones ni segundas intenciones.
Es raro lo que voy a decir, pero al final de la novela comprendes a casi todos los personajes. Has vivido con ellos sus años de evolución y se entiende su forma de actuar. No justifico su pertenencia, pero cada uno de ellos explica, aunque sea con pequeñas pinceladas, su voluntad. Y Puzo nos explica que esos personajes, los principales, no son mafiosos por sentir el poder, sino por pertenecía y respeto a su familia.
Una narración que no tiene tregua, aunque se intercalen capítulos del pasado. Esos capítulos nos sirven para disfrutar de otra novela paralela, aquella que nos permite disfrutar de una prosa elegante y detallista. Luego se suceden los capítulos donde los diálogos son frenéticos pero profundos. Y uno se da cuenta que la preparación de esos diálogos debió ser larga y minuciosa. Porque en mi cabeza aún resuenan los ecos de algunas de ellas que me impactaron sobremanera.
Una delicia para los lectores, que después de tantos años aún se acercan a sus páginas buscando la vida de los Corleone.