Una primera semana intensa, de descubrimientos y sensaciones placenteras. Estos primeros capítulos del libro son un bellísimo recorrido por el nacimiento del libro. Irene Vallejo nos deja página tras página con la boca abierta por dos razones.
La primera es su forma de escribir. Las palabras se unen para formar ideas que se adentran en nosotros deslizándose con delicadeza, para darnos cuenta que cada una de ellas se ha anclado a nuestra memoria y las hacemos nuestras.
La segunda razón tiene que ver con la profundidad de su análisis. El recorrido histórico, la inmensidad de los datos que nos aporta, conforman unos capítulos desbordantes de información y crítica.
De su mano recorreremos la gran biblioteca perdida de Alejandría, el sueño de un nostálgico de Alejandro Magno; conoceremos la dificultad y el ingenio de los primeros escribas, el acceso vetado al gran público de esos papiros más valiosos que el oro.
Un libro que se va construyendo gracias a esos valientes que rompieron la oralidad como forma de hacer accesible las ideas al pueblo. Me ha gustado sentirme parte de un proceso tan antiguo como único en la historia humana; en el acto de leer perpetuamos al libro como instrumento físico de las ideas.
Para el final de esta primera semana, la gran revelación. Aún estoy pensado en la trascendencia de su aparición. No porque no comprenda qué supuso, sino por la forma en la que surgió. No desvelo de qué hablo. Estoy seguro que todos lo reconocerán.
Quizá el mejor resumen que pueda hacer es describir qué siento cuando cierro el libro: pensar cuándo podré volver a sumergirme en él y sentir que ese tiempo se me hará largo y difícil.
Vamos a por la segunda semana. Seguro que ya están surgiendo ideas