Durante los años 70, a la sombra de las novelas de Ian Fleming, con el archiconocido agente 007, proliferaron multitud de imitadores y sucedáneos que buscaban rizar el rizo y crear el prototipo de héroe patrio. Pero bajo el pseudonimo de Trevanian apareció una novela con un personaje diferente y muy extraño.
Jonathan Hemlock, nuestro profesor de arte, es especialista en sancionar, es decir asesinar a enemigos de una organización secreta. Un trabajo para lo que cuenta con un coeficiente de inteligencia altísimo, unos conocimientos en idiomas envidiables y por encima de todo, una frialdad y falta de remordimientos que rayan la enfermedad. Solamente tiene dos debilidades: beber whisky de la marca Laphroaigh y coleccionar obras de arte. Aficiones a las cuales solo puede acceder por su trabajo de asesino.
Nos encontramos con una novela de acción, pero subyace en cada diálogo un sentido del humor muy irónico. Unos diálogos que junto a las bellísimas descripciones sobre los escenarios en los que se mueve, son lo mejor de la novela. Adolece de misterio o intriga, pues otorga al protagonista un aura casi invencible. Y casi desde el principio podemos ir adelantándonos a la trama.
Lo más interesante de esta novela es su autor, Trevanian. Bajo este nombre se escondía, nunca mejor dicho, Rodney William Whitaker. Hasta unos años antes de su fallecimiento no se conocía su verdadera identidad, y lo mejor es que él nunca hizo nada por desmentir los bulos sobre los diferentes escritores que podían estar detrás. Además para despistar aún más, en esta novela hay un cierto halo antiamericano, lo que hizo que las dudas sobre su verdadera identidad fueran muchas más; él nació en el estado de Nueva York.
Un best seller que funcionó muy bien en su época y que aún puede calmar la sed de aventuras montañeras.