
Acabo de terminar el libro de Jonasson y no puedo evitar sentir cierta sensación de alivio. No es que no me haya gustado nada (si los libros no me gustan no los acabo y no hablo de ellos por aquí), pero es cierto que me ha resultado bastante pesado y que en determinadas ocasiones necesitaba dejar de leer. De hecho, he necesitado un total de 13 días para leer sus poco más de 400 páginas y, en contra de mi costumbre (no me gusta leer varios libros a la vez), en medio me he leído una novela y he comenzado un libro de cuentos.
El abuelo que saltó por la ventana y se largó es una novela de humor surrealista que abarca los principales acontecimientos del siglo XX (e inicio del XXI). Para poder disfrutar de ella creo que se necesitan dos ingredientes de los que yo carezco: en primer lugar, un sentido del humor capaz de aceptar más de 400 página de bromas, exageraciones y despropósitos varios. Como si se tratara de un especial de Mortadelo y Filemon, los personajes que rodean al protagonista principal van muriendo uno tras otro, mientras que él sale siempre ileso de un modo absolutamente inverosímil. Obviamente, me he reído en algunas de las ocurrentes escenas y en muchas otras leía con media sonrisa, pero tengo que reconocer que llegó un punto (alrededor de las 180 páginas) en que me agoté y ya no conseguí disfrutar de las constantes peripecias de Allan.
El segundo ingrediente necesario para saborear esta novela es un conocimiento y un gran interés por los detalles de la política del pasado siglo. Aquellos de vosotros que conozcáis a fondo los entresijos de los distintos líderes mundiales, probablemente sabréis aprovechar mucho mejor que yo las innumerables anécdotas que Jonasson relata. Mi conocimiento de los acontecimientos del siglo XX no llega al detalle necesario y no puedo saber, por ejemplo, si las reuniones que relata ocurrieron en realidad pero sospecho que todo lo que vive Allan ocurrió realmente (aunque, obviamente, sin él). Esto es, creo que detrás de este loco fluir de anécdotas hay una importante labor de documentación y que los historiadores disfrutarán de esta novela reconociendo detalles reales en medio de todas las bromas.
En cualquier caso, el valor de este libro, más allá de si consigue hacerte reír de principio a fin, es que se trata de una caricatura de las novelas de carácter histórico ambientadas en el siglo XX, tan numerosas en todos los idiomas. El pasado siglo fue tan novelesco que son muchos los autores que se lanzaron a contarlo a través de la vida de unos cuantos (siempre pocos) personajes que pasaban de país en país siendo testigos de todos los acontecimientos importantes. Allan es uno de esos protagonistas que estuvieron en todas partes pero, a través de ese humor surrealista que elige el autor, no solo es testigo de todo, sino también protagonista. Si el bueno de Don Quijote dio por finalizada la era de las novelas de caballerías, Allan quiere dar el punto final a la novela histórica centrada en el pasado siglo. Y de algún modo lo consigue, pues estoy segura de que la próxima vez que lea una de esas novelas no podré evitar sonreir pensando en el pícaro protagonista de Jonasson.
En definitiva, reconozco que me ha costado la vida misma acabarlo, pero probablemente muchos de vosotros lo disfrutéis de principio a fin. Dadle una oportunidad y me contáis.