
Nuestro autor de hoy es un hombre de extremos. Triunfó cuando la mayoría ya estaría pensado en la jubilación, se le odia y ama a partes iguales y su punto de vista de la historia, bajo el caleidoscopio del Imperio Británico, no suele ser muy apreciado entre los rivales tradicionales, como Francia y España. Por si fuera poco, sus novelas, compendio de términos marítimos, sucesión de batallas interminables y descripciones detalladas de la vida a bordo de un barco del siglo XVIII, gustan o se odian. Así de simple. Nada en él deja indiferente.
Pero cuando ha sido capaz de publicar veinte novelas sobre Aubrey, el marino más famoso de la literatura inglesa, por algo será. Porque donde unos ven defectos, otros ven virtudes. Sus páginas consiguen que nos sintamos marinos. La profusión de términos marineros puede molestar al principio, pero conforme trascurre la novela, dicho vocabulario se integra en nosotros y cuando falta, lo notamos.
Además, consiguió crear una pareja de protagonistas que se hacen querer. Tan distintos entre ellos pero inseparables en las entregas que comparten. Aunque basado en hechos históricos, las aventuras de nuestros protagonistas transcurren más en un fondo artificial donde prima el espectáculo por encima del rigor histórico.
Esta novela, sin ser la más lograda de la serie, hizo de su autor un escritor famoso y respetado, más de 20 años después de su publicación hay que decir. Su estilo, que mezcla unos diálogos cortos, sin perder los modales de la corte inglesa, con unas descripciones que se pueden prolongar por varias páginas, engancha e interesa por el realismo que es capaz de acercarnos. A la postre, es como mirar un gran cuadro naval conociendo a quienes estan dentro de él y sintiendo la espuma de las olas salpicar en nuestra mente.
Una recomendación que espero no caiga a las frías aguas del océano.