
Ayer me pasé por el Patio de la Infanta de Ibercaja, en Zaragoza, donde Daniel Gascón presentaba su último libro (la muerte del Hipster) y, en cierta forma, también el penúltimo (Un hipster en la España vacía). Y es que esta novela es la continuación de la publicada el año pasado, que por las restricciones sanitarias Daniel no había venido a presentar aún a la capital maña. Un dos por uno muy deseado.
Al entrar me encontré, cómo no, a Julia, nuestra librera favorita, con un pequeño stand de #LibreriaAntigona en el que poder comprar ambas novelas. La sala estaba llena de amigos y lectores, en un ambiente de felicidad contenida por ver de nuevo a Dani en su ciudad. Los niños correteaban por los pasillos y, en el escenario, un Miguel Mena entregado conversaba con Daniel sobre el poder del humor.

Porque las dos novelas de las que estamos hablando suponen una sátira del mundo en el que nos ha tocado vivir. En el primer libro Daniel sitúa a un hipster en un pueblo inventado de la provincia de Teruel. Este arranque implica enfrentar el mundo moderno, con su narcisismo y su superficialidad, con la España tradicional y rural. Ambos mundos aparecen, claro está, caricaturizados. Pero a través de la exageración se exhibe siempre de forma nítida la verdad. Y además, ¿hasta qué punto la propia realidad no es exagerada? ¿Cuántas veces no hemos considerado dignas de una publicación satírica declaraciones de personas reales y públicas? Pues eso.
En la segunda parte, el hipster ya forma parte del pueblo. Con sus rarezas y excentricidades, es uno de ellos. En ese momento la pandemia arrasa con todo y habrá nuevos personajes que llegan de la ciudad. De algún modo, esta segunda parte representa, por tanto, una evolución en el personaje del hipster y eso es lo que le hace interesante.
Hasta aquí lo que pude saber ayer sobre el argumento de estas novelas. Cuando Javier y yo nos las leamos dejaremos por aquí nuestras reseñas. En cualquier caso, creo que me esperan unas cuantas horas de sonrisas donde las bromas probablemente ataquen a más de una línea de flotación. Y es que, como dijo Daniel ayer, no hay mejor arma contra los sectarismos y la solemnidad que el humor. Mientras hay risa, hay esperanza.

