Publicado en Libros, Novela

Paradise Alley (Silvester Stallone)

Ver en la bibloteca de mi padre un libro escrito por Silvester Stallone me provocó durante un tiempo un sentimiento de rechazo. No era muy fan de sus películas, menos aún pensé que podria disfrutar de su novela. Con el tiempo y algo más de mente abierta, me decidí un día a leerlo. No voy a decir que me maravilló pero desde luego es una novela más que respetable.
Publicado cuando el actor ya era una estrella de Hollywood, su historia es conocida por todos los que hayan visto Rocky.

La historia narra la vida de 3 hermanos que sobreviven en uno de los barrios más duros de Nueva York. Uno de ellos, fuerte y de gran corazón tiene cualidades para la lucha libre y con la ayuda de sus hermanos intenta progresar en un mundo que le viene grande.

Es una novela que en ciertos momentos recuerda a un guión cinematográfico, donde los diálogos llevan el peso de historia y la narrativa descriptiva ayuda a crear un escenario por donde los protagonistas interactuan. Y al igual que en una película, los personajes están definidos desde un principio. No encontraremos un desarrollo psicológico. Stallone juega con las cualidades de cada personaje, unas cualidades inalterables que hacen previsible las reacciones de cada uno de ellos.

Puedo decir, años después, que me alegré mucho de haberla leído. Me ayudó a no tener prejuicios. Después de su lectura indagué en la biografía de este actor y descubrí a una persona polifacetica, con intereses variados. Tiene mi respeto y admiración, no por su cine, ni por su novela. Lo tiene por ser perseverante y ser capaz de reinventarse a cada instante.

Al igual que en muchos de sus personajes, su fachada esconde a un ser humano vitalista. Solo por eso merece la pena leer esta pequeña novela. No es ni será un clásico pero es un libro honesto.

Sé que es una recomendación un poco rara. Pero el mundo es maravilloso por aquello que se sale de la norma.

Publicado en Biografías, Ensayo, Libros

La ridícula idea de no volver a verte

Apenas 15 días después de la inesperada muerte de Pierre, el 30 de abril de 1906, Marie Curie comienza a escribir un diario en forma de carta a su marido. Esta pequeña catarsis dura justo un año y probablemente le ayudó a no volverse loca, a encontrar las fuerzas para seguir viviendo, a cuidar de las niñas y a continuar con el trabajo de laboratorio.

En las breves páginas de ese pequeño diario epistolar, todos los que hemos pasado por la experiencia de una muerte inesperada nos reconocemos de algún modo. La incredulidad, el desamparo, la culpa, la disociación y, en definitiva, el caos de los primeros meses.

Un siglo largo después, Rosa Montero recibe de su editora este pequeño diario con el encargo de que lo prologue (o haga con él lo que quiera). Ella, en ese momento, estaba escribiendo una novela, pero las palabras descarnadas de Marie le obligan a dejarlo todo y embarcarse en la aventura de este pequeño ensayo. El dolor de la Nobel le hermana con ella, pues la pérdida de Pierre se parece a su propia pérdida de Pablo. Todas las muertes tienen algo de similar. Y sobre todo, todas las viudas que pierden a su compañero demasiado pronto, inesperadamente, se reconocen en la misma locura.

A partir de aquí surge el pequeño ensayo que he estado leyendo estos últimos días. En él se narra la biografía de una mujer excepcional, que disponía de unas cartas malísimas, pero supo jugarle una partida sublime a la vida. El coste de esta proeza fue altísimo, claro está y Rosa Montero nos lo cuenta detalladamente en este libro. Junto a ella conoceremos las luces y las sombras de una de las científicas más impresionantes de todos los tiempos.

Un ensayo escrito desde la sensibilidad del que conoce el infierno del dolor porque ha pasado por allí y quizá no haya salido del todo (¿acaso se puede?). La maestría de la pluma de Montero, de la que ya os he hablado otras veces, se pone al servicio de la asombrosa vida de una humilde mujer polaca que consiguió (casi) todo lo que se propuso a costa de su propia salud. Incluidos, como sabemos, sus dos premios Nobeles.