Hace tres años decidí que quería leer una novela ambientada en Malasia. Os puede parecer un deseo algo extraño, pero tenía mis razones. Por un lado, cumplía así con uno de los puntos de un reto lector que sigo; por otro, era una forma de recuperar parcialmente a una amiga que había vuelto a su país. De algún modo, los libros nos permiten ir cubriendo huecos. En esta ocasión, leer sobre Malasia me permitía recordarla y conocerla mejor al mismo tiempo. En el fondo, yo apenas sabía nada de su lugar de origen.
Una vez tomada la decisión, encontrar la novela no fue nada fácil. Apenas hay oferta de ficción ambientada en Malasia traducida al español. Después de mucho navegar por la red, me decidí por esta novela, se la pedí a Pepito, mi librero de referencia y esperé pacientemente a que me llegara.
Si os cuento todo esto es para justificar mi elección, pues en otras circunstancias nunca habría decidido leer esta novela, que toca uno de mis miedos más irracionales: una joven madre llega a casa un día y no está su familia, por lo que comienza un viaje aterrador en busca de sus hijas. No se me ocurre peor pesadilla.
Las desgracias de la protagonista se suceden. Junto a ella viviremos la angustia de la separación, los peligros de una Malasia en guerra y de la jungla salvaje y la desolación de la traición; pero también el amor incondicional, la ternura, la pasión, la esperanza… una novela de aventuras en el sentido más clásico del término.
A mí no me acabó de convencer. Demasiada intensidad para mi gusto, hasta el punto de parecer, en ocasiones, un verdadero folletín. No obstante, he de reconocer que está muy bien escrita, se lee en un suspiro porque el ritmo es brutal y no tiene prácticamente altibajos y el final está bien resuelto.
Y además describe maravillosamente la bella y salvaje Malasia de mediados del siglo XX. En lo que a mí respecta, por tanto, cumplió el objetivo fundamental que me llevó a leerla.
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