
Ayer por la mañana, la Librería Antígona de Zaragoza organizó la presentación del libro de José Luis López de Lizaga, El Ártico. Viaje a Svalbard y Groenlandia en el verano de 2018.
Se celebró en el quiosco del Parque Castillo Palomar. Un lugar perfecto para una presentación en tiempos de pandemia: aire libre, distancia de seguridad y un sitio bonito (y con micrófono). No se puede pedir más. Nos dio la bienvenida Julia, la librera y presentó y acompañó a José Luis nuestro compañero Juan Manuel Aragüés. Y allí estábamos nosotros, un sábado al mediodía, escuchando a dos filósofos de Unizar hablando de la experiencia de lo sublime y de la relación del ser humano con la naturaleza.
El libro de Lizaga tiene tres líneas principales: la primera es el relato de un viaje al Ártico que ocurrió de verdad en el verano de 2018. El autor se subió a un velero de 1924 y nos relata, con cariño y sentido del humor, las múltiples anécdotas que se producen en el barco. Para mí, lo mejor de esta parte son las fotos que acompañan al texto. Fotos que hizo el mismo José Luis y que son el complemento perfecto para entender la sensación que produce un contacto tan bestia con la naturaleza.
La segunda línea de este libro es el relato de otros viajes anteriores por esos mismos parajes. Porque el viaje en el velero es, en cierto modo, un viaje en el tiempo. El lector salta de un siglo a otro compartiendo espacio y naturaleza. Y es que allá, donde el tiempo se detiene, todos los intentos por parte del hombre de adentrarse en el Ártico confluyen en un mismo punto.
Y, por último, la tercera línea es, como apuntó también Juanma en su presentación, un viaje interior. El José Luis filósofo mantiene un diálogo constante con el José Luis viajero. Este último se encuentra sobrecogido por la grandeza de lo que le rodea y busca en sus lecturas alguna respuesta que le permita entender lo que siente. Por las páginas del libro se cuelan filósofos y pensadores que hacen de este pequeño ensayo algo más que un libro de viajes.
Si queréis saber mi opinión de lectora, yo me leí el libro de Lizaga en una sentada. Comencé a leerlo y no pude parar hasta que lo terminé. Y cuando llegué al final pensé: habla de lo sublime, de lo grandioso, de la naturaleza que nos desborda, pero es, en sí mismo, un ejemplo de lo que significa la belleza. Cielo santo, qué libro tan bello.