Le he dado tantas vueltas a la reseña de hoy que me siento un poco la bola del mundo a la que nuestra protagonista abraza, habla y cuestiona. Porque Mafalda es la niña de las preguntas incómodas, la de las verdades como losas y razonamientos impecables.
Parece mentira que esta niña haya influido tanto en el mundo hispano a partir de tiras muy sencillas de ejecución, en blanco y negro y diálogos justos. Y aunque lleve más de sesenta años con nosotros su producción no se alargó más de diez.
Cada día nos encontramos, en las redes sociales, en los periódicos o incluso en programas de televisión alguna frase o referencia que ha salido de la pluma del creador argentino. La importancia de la «filosofía Mafalda» está más vigente que nunca.
Con diálogos memorables, las expresiones finales suelen dar en el blanco y devorar una tira tras otra se hace inevitable, aunque el volumen recopilatorio que nos ocupa se hace incómodo de manipular y echemos de menos los volúmenes más livianos de antes.
Quino consiguió a través de Mafalda llevar al público su visión del mundo, sus opiniones de política, de filosofía, incluso sobre el sexo. La situación de su país, Argentina, fue foco de su certero análisis y lo hizo con tanto sentido del humor y elegancia que su fama traspasó fronteras.
Y lo hizo con un universo de protagonistas que hicimos nuestros. ¿ Quién no tiene uno preferido, aparte de Mafalda? Nos pondremos reconocer en algún momento de nuestra vida en la piel y pensamiento de Guille, Susanita, Manolito o la madre, Raquel, que se empeña en la sopa a pesar de las protestas airadas de nuestra niña.
Personalmente me quedo con Felipe. Que pasa su tiempo entre ensoñaciones sobre juegos y aventuras y su odio a la escuela y los deberes.
Y mientras, el mundo sigue girando y Mafaldas de todo el mundo se siguen cuestionado lo mismo desde hace más de medio siglo.