
Acabo de terminar este ensayo fruto de la amistad entre un paleontólogo y un escritor. La tesis fundamental del libro nos la dan al principio y es el armazón de toda la historia: la prehistoria no está (solo) en cuevas como la de Altamira. Está en todas partes.
Para desarrollar esta tesis, el libro se compone de distintos encuentros entre los dos autores. Cada encuentro, un capítulo y cada capítulo un escenario, una excursión, una enseñanza.
De algún modo, el libro que hoy os traigo recupera el modo de aprender de los peripatéticos, paseando mientras aprenden. Y, por supuesto, se nutre del diálogo socrático, en el que el maestro no deja de hacer preguntas al discípulo a través de las cuales le va enseñando no solo contenidos, sino incluso a reflexionar de un modo determinado (como un paleontólogo).
El hecho de que los protagonistas sean dos personas conocidas imagino que da interés adicional al relato. Hay algo de insana curiosidad por saber cómo son en la intimidad de la amistad dos hombres tan conocidos. No obstante, como no podía ser de otra manera, me temo que los protagonistas de este ensayo tienen más de personajes que de personas.
Millás se presenta como un hombre excesivamente mundano. Siempre pendiente de lo que pensará de él su interlocutor, de lo que pensarán de ambos los que los ven hablando de ciencia en sitios cotidianos. Nos confiesa todos y cada uno de los pecados de un hombre común: la envidia, los celos, la pereza, la gula.. un Sancho Panza que admira, envidia y compadece a su compañero a partes iguales.
Y, como ya os estaréis imaginando, el personaje de Arsuaga hace de contrapunto. No es un científico contemporáneo al uso, en el sentido de que no es hiperespecializado ni duda constantemente de todo. Por el contrario, se presenta como un sabio renacentista, que sabe tanto de biología como de botánica, de historia o de filosofía. Sus intervenciones son prácticamente aforismos, donde hay poco espacio para la duda o la verdad probabilística de la ciencia. El personaje del paleontólogo no duda, no aprende de su interlocutor, no se contradice. Vive en su mundo, como solo un sabio de novela puede vivir.
El libro que hoy os traigo tiene, por tanto, un deje cervantino. Aprendemos ciencia, sí, pero no es un libro de divulgación científica al uso. Es un diálogo socrático entre dos personajes que se encuentran en distintos lugares. Algunos de ellos, por cierto, de la Mancha.