
Esta semana he acompañado a la familia Joad en la búsqueda de un futuro para los suyos. Cuando los conocí, acababan de dejar su casa. Se alojaban temporalmente en la de un familiar, pero la situación era insostenible y tenían que dejarlo todo y migrar. Las tierras que habían trabajado durante generaciones ya no les pertenecían y los nuevos dueños no les querían allí. La sequía hacía prácticamente yermas las tierras y para qué tener a una familia de agricultores cuando un único hombre sobre un tractor es más eficiente.
La historia que nos cuenta Steinbeck comienza, por tanto, con una situación de desahucio. Junto a ellos, me enfrenté a la difícil situación de qué llevar, qué dejar y qué malvender. No es fácil dejar la tierra de uno, los recuerdos, los objetos que han pertenecido a nuestros muertos, el árbol en el que dormimos tantas tardes la siesta.
No es fácil convertirte en migrante, pero la familia Joad está formada por gente valiente, luchadora, optimista. Y se amontonan en la caja del camión, con los colchones, la carne, los enseres, y sueñan con encontrar una tierra en la que trabajar y tener un techo y ¿quién sabe? una escuela para los niños.
Una vez aceptado lo inevitable y comenzado el viaje, el dolor de la pérdida parece remitir. La esperanza de un futuro nos mantiene fuertes, pero lo que vamos viviendo nos va afectando a todos. Las dificultades, la frustración de no encontrar trabajo, el cansancio, la pérdida, la mala suerte lo inundan todo. Solo el coraje del que sabe que tiene que sobrevivir, que su familia depende de ello permite continuar km tras km, humillación tras humillación, problema tras problema.
He aprendido mucho en estas más de 500 páginas de viaje. Ahora sé que, más allá del frío, de la incertidumbre o del hambre, lo más doloroso de todo son las faltas de respeto, el proceso de deshumanización. Cuando vas en la caja del camión, sin apenas dinero, cansado, sucio, asustado, lo peor de todo es que los demás te miren como un apestado, un peligro, un delincuente. Y, por el contrario, cuando encuentras en el camino gente que te trata con respeto, que entiende tu situación y tu desgracia, el hambre, el frío o el sueño ya no duelen tanto.
Lo que más me ha sorprendido de este viaje, en cualquier caso, son los buenos momentos que hemos pasado. Se hacen amigos en el viaje. A veces te ríes, te emocionas, te ilusionas. Hay incluso quien se enamora. Porque la vida es eso, es encontrar buenos ratos en las situaciones más comprometidas. Sabes que estás vivo porque a pesar del dolor, de la incertidumbre y la ira, eres capaz de lavarte lo mejor que puedas e ir a bailar un rato con tus nuevos amigos.
Todos podríamos vernos en situación de migración. Esos migrantes que ves en la tele o que te encuentras en las calles de tu ciudad tampoco se imaginaban que a su familia le pudiera pasar algo así. Ojalá todo el mundo tuviera eso claro. Ojalá nadie se aprovechara de la necesidad ajena.