Publicado en Ensayo, Libros

Un hombre sin palabras (Susan Schaller)

Para muchos pensadores, la característica más importante de los seres humanos (aquello que nos separa del resto de primates y nos hace ser como somos) es el lenguaje. No son pocos los filósofos y antropólogos, de hecho, que han puesto en duda que pudiera existir el pensamiento racional, tal y como nosotros lo concebimos, sin una lengua en la que apoyarse. Como Wittgenstein, son muchos los que consideran que los límites de nuestro lenguaje son los límites de nuestro mundo.

Desde esta perspectiva, la historia que narra Schaller en este pequeño libro es una ventana al borde mismo del abismo. En ella, la autora cuenta su experiencia con un joven veinteañero (al que llamaremos Ildefonso), sordo y sin lengua materna. Semana a semana, la autora le enseña lengua de signos americana a un asombrado joven, que jamás había sospechado que existiera algo tan increíble como una lengua natural. Las clases con Susan constituyen un (re)descubrimiento radical del mundo en el que había vivido durante más de dos décadas. Se trata de un redescubrimiento más radical que el que siente un ciego congénito que de pronto es capaz de ver. Porque Ildefonso, hasta ese momento, ni siquiera era consciente de que le faltara algo que los demás tenían.

La historia de Susan e Ildefonso es un verdadero viaje iniciático. Desde el día en que Ildefonso intuye, de pronto, la asombrosa revelación que le está haciendo su profesora, el ansia por aprender lo arrasa todo. De pronto, misterios inexplicables hasta entonces, como las navidades o los cumpleaños cobran sentido. Un renacer que la autora del libro vivió en directo y comparte generosamente con nosotros.

El pensamiento sin lenguaje existe y es suficiente incluso para llevar una vida en relativa sociedad. El joven protagonista de este libro y otros tantos como él dan fe de ello. Pero el pensamiento con lenguaje es otra cosa. El concepto de tiempo, la conciencia del yo o la transcendencia difícilmente fluyen sin vehículo lingüístico.

Leer este pequeño libro de escasas 200 páginas implica algo más que acompañar a un joven en el viaje más fascinante que podía recorrer. Implica, de algún modo, replantearnos nuestro propio pensamiento de seres lingüísticos.