Cuando uno escribe sobre un premio Nobel las palabras han de ser elegidas con mucho mimo y cuidado. Si además hablamos sobre su novela más famosa, que se ha convertido en clásico, el respeto es máximo.
Porque «El señor de las moscas» es una novela que ha traspasado su época para convertirse en atemporal.
Publicada en 1954, su éxito fue nulo. El éxito llegó mucho más tarde. Quizá el público estaba acostumbrado a utopías sobre niños sin adultos, a jóvenes que se convertían en héroes por necesidad.
Más que su argumento, lo que la ha convertido en imprescindible son los temas que en ella se trata: la lucha entre la democracia y el autoritarismo y la pérdida de la inocencia de los niños. Aunque por encima de éstas, querría destacar que para el autor el origen de la maldad es el mismo ser humano. O lo que es lo mismo, no emana de un sistema y de la corrupción de sus instituciones.
La trama versa sobre un grupo de niños, de entre seis y trece años , únicos supervivientes de un accidente aéreo y que quedan aislados en una isla. Al principio, todo parece que corre en su favor, hay comida, el reparto de tareas es fácil de acordar y tienen como objetivo inmediato la pervivencia de una hoguera para que cualquier barco que pase cerca pueda verlos.
Pero todo comienza a torcerse irremediablemente. Los diferentes protagonistas comienzan a expresar sus diferencias sobre la manera de dirigir el campamento haciéndose inevitable el conflicto.
Golding refleja en cada personaje una particularidad del ser humano y como la compresión del mundo de cada uno de ellos les guia en las tomas de decisiones.
Aunque suele ser una novela catalogada como juvenil, comprenderemos mejor en nuestra madrurez el mensaje pesimista del autor. La crudeza de su relato, así como los comportamientos tan extremos de los niños, elaboran un pensamiento oscuro sobre la condición humana, incluso aquellas acciones impulsadas por la bondad tienen un reverso que se vuelve en contra. Nos encontramos ante un panorama de caos y violencia que hace difícil ver la esperanza.
Aunque para nuestro consuelo, nuestro autor de hoy creía en la bondad humana. Y eso también se refleja en sus páginas.
No todo está perdido.