
Los buenos libros de viajes son los que muestran los pequeños detalles, aquellos que se paran en describir las sensaciones. Es mi opinión, claro está, pero no encuentro placer en leer sobre la torre Eiffel. Me gusta mucho más saber sobre sus aledaños o sobre las personas anónimas que ayudaron en su construcción.
Con Pirenaica, ha coincido el gusto por mostrar esas pequeñas historias y mi afición por el mundo de la bicicleta. Porque el autor, antiguo ciclista, aúna su pasión por los pedales, los viajes y su innata curiosidad. El resultado es buenísimo y llega a nuestras manos un libro que no pretende ser una guía turística, pero consigue despertar el deseo de visitar cada rincón escondido del Pirineo. Otra cosa es hacerlo en bicicleta, empeño solo reservado a personas en un estado de forma sublime. No es mi caso.
Pero ha sido un placer acompañarle en cada curva al son de unas anécdotas que me han llevado directamente a mi juventud, recordando mi afición por el Tour de Francia. Ha hecho despertar recuerdos de cuando pedaleaba, poco y cuesta abajo, compartiendo sus momentos de sufrimiento y la increíble sensación que se siente al coronar un alto de montaña.
No tengo más que palabras amables para este libro y su autor. Consigue su propósito con creces. Ahora mismo estoy pensado en desempolvar mi bicicleta. Lástima que ese empuje dure hasta la primera cuesta. Pero seguro visitaré esos lugares y me recreare con sus historias y sus protagonistas, pequeños, pero imprescindibles.
Sólo espero que ningún pinchazo, literal o figurado, trastoque mis ganas. Ya me veo en la cima del Tourmalet mirando la maravillosa naturaleza y admirando a todos los que a golpe de riñón superan sus límites.
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