Hablar de Wallander nos lleva a soñar con Suecia , con el frío, con crueles asesinatos. Pero sobre todo nos evoca al personaje que rompió los estereotipos del detective que estaba impreso en la literatura.
Hablar de Wallander es hacerlo de un inspector con insomnio, con unos hábitos de alimentación que hacen peligrar su salud. Es conocer a un policía que se mueve con un vehículo de segunda mano. Es amar a un hombre al que el amor siempre le da esquinazo.
Hablar de Wallander es leer a Henning Mankell. El precursor de la novela negra escandinava. Quien puso negro sobre blanco que los problemas de racismo, de miseria, de abandono, son generales en todos los países. Y que tenerlos presentes en una novela de misterio no sólo no la adulteraba sino que la hacia mejor.
Asesinos sin rostro es la primera de las novelas donde se nos presenta a Wallander y Mankell imprime las que serán las señas de identidad de la serie.
Y lo hace sin ahorrar ningún detalle de los personajes, haciendo que el lector conozca las debilidades en cada uno de ellos .
Esa es su gran fuerza, que a pesar de sus miedos, de sus caídas, ellos siguen adelante cumpliendo con su parte.
Hablar de Wallander es sonreír de felicidad. Ironías de su autor, porque nadie rie en sus páginas.